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Fede de los Ríos

Como en la caverna de Platón pero, al revés

Allí estaba el presidente, delante de las cámaras, para abrazarlos y subir en las encuestas de popularidad. No responde de las condiciones de trabajo en esos yacimientos donde los mineros arriesgan sus vidas por un mísero salario y por los grandes beneficios de individuos como él

El el conocido relato de la caverna platónica quizás resulte la más célebre alegoría en toda la historia del pensamiento filosófico. En ella se nos narra la existencia de unos prisioneros atados de pies y manos al fondo de una caverna, de tal suerte que sus cabezas permanecen inmóviles y son obligados a mirar hacia la pared, forzándoles a presenciar únicamente las sombras que en ella se reflejan y las que toman por única realidad; no siendo realmente más que las creadas, a la manera de sombras chinescas, por unos artefactos manejados por quienes ejerciendo de titiritero son, a su vez, iluminados por un fuego a sus espaldas. Uno de los prisioneros se liberará de las cadenas y, una vez descubierto el espacio de la simulación, desvelado el engaño del montaje, iniciará la ascensión hacia la verdadera realidad, no sin dolorosas sensaciones en unos ojos aclimatados a la oscuridad. Lo que él y sus compañeros tomaban por realidad era falso. Así describía Platón veinticuatro siglos antes la situación de engaño en la que vivían la mayoría de los humanos.

Los 33 mineros de Atacama están sufriendo similar proceso, pero a la inversa. El ascenso a la luz desde las entrañas de sus puestos de trabajo, es decir, desde su cotidiana realidad, la que los constituye como individuos reales, como trabajadores, los ha introducido en un espacio virtual, es decir falso, donde interpretar un papel al servicio de los que manejan desde bambalinas el escenario donde se representa la ficción y que los espectadores -nosotros- tomamos por realidad. Son los nuevos héroes de Chile. Ellos son Chile, puro Chile. El presidente, principal artista invitado al show retransmitido por cientos de cadenas de televisión y más de 2.500 periodistas, también es Chile, también ha devenido en héroe. Todo ello es reflejado en la pared de la caverna con forma de televisor que disponemos en cada uno de nuestros domicilios, aun en la más cochambrosa chabola de la más paupérrima de las favelas existentes.

Salieron vivos. Es lo único que importa. Allí estaba el presidente, delante de las cámaras, para abrazarlos y subir en las encuestas de popularidad. No responde de las condiciones de trabajo en esos yacimientos donde los mineros arriesgan sus vidas por un mísero salario y por los grandes beneficios de individuos como él.

En la pantalla televisiva, todos ciudadanos, todos iguales.

Ya ha empezado el rodaje de una mini serie. Aparecerán libros; películas en las que los protagonistas serán musculados mineros con apasionantes vidas con final feliz made in Hollywood. Quizás hasta un musical donde el protagonista, con voz aflautada a lo Molina, cante aquello de «Yo no maldigo mi suerte porque minero nací y aunque me ronde la muerte no tengo miedo a morir...», mientras sus varoniles compañeros, con las caras tiznadas, le acompañen al estribillo, «Soy minero, y templé mi corazón con pico y barrena/ soy minero, y con caña, vino y ron me quito las penas...». Mientras, los responsables de la tragedia, en libertad, siguen produciendo sombras que nosotros miramos

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