Es como la comida rápida. El sistema político estadounidense regurgita a sus líderes a una velocidad de vértigo, marcada por una campaña electoral permanente. Obama, que llegó prácticamente ayer a la Casa Blanca, se prepara para sufrir una derrota -está por ver su alcance- en las elecciones de hoy. Un sistema hecho a medida para fomentar la «moderación». Pero que muestra síntomas de agotamiento. Obama, ayer, y el Tea Party, hoy, son prueba de ello.
Sus raíces se remontan a los primeros tiempos del cristianismo y eran respetados en tiempos de Saddam Hussein. Hoy son los chivos expiatorios en un país en el que la insurgencia está cada vez más escorada al islamismo suní más rigorista y en el que se sienten despreciados por el Gobierno de mayoría chií. El secuestro y asalto a una iglesia en el centro de Bagdad, ahogada en sangre, es la gota que ha colmado el vaso. Los que todavía quedaban se van.
El Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) volvió a negar ayer su implicación en el atentado suicida del domingo en Estambul, del que le responsabilizan las autoridades turcas, y anunció la prórroga del alto al fuego hasta las elecciones parlamentarias previstas para junio de 2011.