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«La Dolce Vita», cincuenta años

Iratxe FRESNEDA Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Poco tiempo después de estrenarse en los cines de Italia, hace cincuenta años, «La Dolce Vita» recibió la Palma de Oro en Cannes. Por supuesto, la indignación ante tal reconocimiento no se hizo esperar en las altas esferas del Vaticano. La película se había atrevido a retratar a la «aristocracia negra» (la alta nobleza romana) en un ambiente más que subido de tono, sexual claro. Así que, para los defensores de la castidad y la pureza del alma, la secuencia en la que Anita Ekberg osa lucirse (casi sin corrérsele el rímel) en La Fontana de Trevi como una diosa de la sensualidad pasó prácticamente desapercibida. Han transcurrido cincuenta años del estreno de una de las obras más conocidas y reconocidas de Federico Fellini. Una cinta que fue víctima de la censura de la España franquista y estuvo prohibida hasta 1980, fecha de su estreno tardío en el Estado español. Tardó en llegar hasta nuestras miradas, pero lo hizo para quedarse, y el baño de Anita Ekberg, bajo la «atenta» mirada de Marcello Mastroianni, uno de los momentos legendarios de «La Dolce Vita» y de la historia del cine, aparecía en nuestras pantallas. Y, si algunos osaron censurarla, otros se esmeran en cuidarla. Gracias a Martin Scorsese, la película ha recuperado su antiguo esplendor mediante una restauración que ha financiado y auspiciado la fundación del realizador. A la remasterización de la película, fruto de 8.000 horas de limpieza, se ha sumado la recuperación de diez minutos de planos inéditos entre los que destacan especialmente aquellos en los que se ve a la exuberante actriz sueca adentrarse en el monumento (a mí me divierte más verla con el gatito en la cabeza...). Además, la minuciosidad del trabajo de restauración ha concedido a la cinta una definición extraordinaria, que permite ver en la pantalla detalles como una nítida sombra de Federico Fellini reflejada en el cristal de unas gafas de sol. Y, como no podía ser de otro modo, limpita y aseada se presentaba recientemente ante el público en el Festival Internacional de Cine de Roma.

Las calles de Roma, Anita Ekberg, la fontana de Trevi y un Marcello Mastronianni que hace las veces de guía por la ciudad que Fellini siente como un deslumbrante y calamitoso cajón de sastre. «La Dolce Vita» fue quizá un antes y un después en la filmografía del cineasta de Rimini, para el que la existencia y la convivencia humana eran una especie de circo ambulante, un universo en el que la decadencia y la magia vagan de la mano, como en la vida misma.

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