ANÁLISIS | ELECCIONES EN CATALUNYA
¿Independentistas, pero de derechas?
La atomización del voto independentista, dividido entre ERC, SCI y Reagrupament, ha provocado que su peso en el Parlament sea inferior a su fuerza real en la sociedad catalana.
Alberto PRADILLA
El autor analiza los resultados de las elecciones catalanas, destacando que los planteamientos independentistas y de izquierdas se han visto sobrepasados por los autonomistas y neoliberales.
El PSC planteó una campaña catalana de oposición. «Ni independentistas, ni de derechas» fue el lema con el que trató de distanciarse tanto de CiU, previsible ganador, como de ERC e ICV-EUiA, sus socios en el tripartit.
Observando los resultados de las elecciones celebradas el domingo en el Principat, resulta evidente que Montilla erró en los dos planteamientos. Aunque no fue el único. Si se analizan las encuestas de opinión al margen de las elecciones, la sociedad catalana es mayoritariamente soberanista (un 65,9% cree que el Principat no tiene suficiente autogobierno según el CEO, el CIS catalán) y, políticamente, escorada hacia la izquierda (el 53,3% se declara progresista según el mismo sondeo).
Paradójicamente, el independentismo (ERC+Solidaritat) ha sumado menos escaños que los obtenidos por los republicanos hace cuatro años. Y en el ámbito social, la derecha gana peso tras el derrumbamiento del tripartit. De hecho, las tres formaciones que pueden hablar de éxito electoral tienen un programa económico neoliberal: CiU, PP y Solidaritat (SCI).
Después de que el cava descorchado por Artur Mas en el Majestic se haya terminado, tocará a partidos como ERC o PSC plantearse por qué la realidad parlamentaria catalana choca de frente con los planteamientos políticos de su ciudadanía.
En el ámbito identitario, la atomización del voto, dividido entre ERC, SCI y Reagrupament, ha provocado que su peso en el Parlament sea inferior a su fuerza real en la sociedad catalana, donde la demanda soberanista ha sumado cada vez más adhesiones, especialmente tras la frustración generada por la sentencia contra el Estatut. El independentismo progresista institucional, representado por ERC, ha sido el más castigado. Ha perdido once parlamentarios (de 21 a diez) y la mitad de sus votantes (414.044 baja a 218.046).
Si se comprueba el número de votos obtenidos por Solidaritat y Reagrupament, las dos nuevas opciones independentistas, parece claro el trasvase. Entre los 100.000 vostos recabados por Joan Laporta y los 40.000 de Joan Carretero, se encuentran buena parte de las fugas.
Aunque todavía hay un porcentaje de gente que, o bien se quedó en casa, o confió en CiU, lo que, a juicio de Joan Sebastià Colomer, miembro de Endavant, es una «mala noticia», ya que son votantes que han optado por una lista «más moderada» en un contexto en el que la cuestión nacional marcó el debate hasta poco antes de las elecciones.
No se puede olvidar que CiU, a pesar de algunos tics soberanistas, propuso el concierto económico como punta de lanza de su demanda de autogobierno. Un planteamiento en blanco y negro que Artur Mas ya ha comenzado a difuminar ante la negativa de los líderes españoles a negociarlo.
En el ámbito social, da la sensación de que el elector progresista se ha sentido huérfano durante estas elecciones. Al margen de las CUP, que optaron por no presentarse manteniendo su coherente apuesta municipalista, y de ICV-EUiA, el partido menos castigado del tripartit, la obsesión de PSC y ERC por alejarse del anterior Ejecutivo ha pillado a contrapié a sus electores.
Los republicanos se refugiaron en el discurso del miedo al PP pero no sacaron el músculo progresista que les podía diferenciar de otras opciones. El PSC, que dio las elecciones por perdidas desde el primer momento, planteó una errática campaña basada en los paracaidistas llegados desde Madrid con el objetivo de defender las medidas antisociales aprobadas por Zapatero.
Nada más desconcertante para el votante de izquierdas que un Felipe González instando a reformar las pensiones y a alargar la edad de jubilación. Además, los datos indican que el beneficiario de la fuga de votos socialistas no ha sido el PP sino CiU. Así que la senyera no era el problema, lo que no justifica la campaña, marcadamente españolista, de Montilla.
Tras el desastre, toca un replanteamiento. La primera víctima en ERC ha sido su número dos, Ernest Benach, que ha renunciado a su escaño. El cabeza de lista, Joan Puigcercós, se resiste a seguir su estela, aunque en 24 horas ha pasado de asegurar que seguirá al frente del barco a poner su cargo a disposición del partido. Todo el mundo está a la espera de qué hará el vicepresident en funciones, Josep-Lluís Carod-Rovira, que perdió la pugna interna y ha permanecido en silencio toda la campaña, como si estuviese afilando los cuchillos a la espera de que la debacle se confirmase. La prensa catalana ya anunciaba ayer sus primeros movimientos al margen del partido.
En el PSC, las aguas también bajan revueltas. Aunque el debate tampoco es nuevo. Desde el PSOE se culpa al catalanismo adquirido durante los siete años de tripartit. Mientras que representantes del sector catalanista, liderado por el todavía conseller de Economía, Antoni Castells, ya exploran las posibilidades de desligarse de sus hermanos del otro lado del Ebro.
La salida de Montilla abre la puerta a la sucesión. Y, al margen de los nombres, habrá que ver si quien lidere el PSC continúa renegando de los siete años de gobierno o trata de habilitar un mensaje más acorde con la realidad social del país.
En definitiva, el 28-N deja un panorama que sigue la senda del absolutismo pujolista. Una tendencia alejada de la línea marcada por una legislatura de consultas soberanistas y cerrada con una manifestación histórica. Dos elementos que concuerdan con la mayoría social del país pero que no han tenido continuidad en la política parlamentaria.