No debía de tenerlo muy claro la Federación cuando acabó dándole la razón al débil, condescendiente encima con la mala previsión del prepotente rival. A la falta de comunicación con el club anfitrión, hubo que sumarle un estricto reglamento -no lo parece tanto según para quiénes- y una intencionada presión mediática de la prensa deportiva merengue -habría que verles si el implicado hubiera sido el Real Madrid-, todo un peligroso cóctel que apuntaba directamente a los acomodados federativos.

En esa maraña de caprichosos intereses, Osasuna se mantuvo firme y digno ante una situación que acabó derivando en un intercambio de culpas entre el Barcelona y el citado órgano federativo. Independientemente de que tanto desde este último organismo como desde AENA -empresa pública que gestiona los aeropuertos- se le asegurara que iban a poder volar, la realidad es que ni un club como el blaugrana puede estar a expensas de lo que acontezca con agentes externos ni es de recibo que en toda esta historia se marginara a una de las partes protagonistas, tal y como ocurrió con Osasuna.

La realidad es que el episodio, bien sea por culpa de unos u otros, no encaja dentro de lo que se suele catalogar como el mejor torneo liguero del mundo. Por una vez, el débil sólo salió parcialmente mal parado en los despachos y sobre el césped, en una historia que nunca tuvo que producirse.