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LA SELECCIÓN VASCA BUSCA LA OFICIALIDAD

Tres años sin selección no han hecho mella en la memoria de San Mamés

El vetusto pero entrañable San Mamés acogió ayer otra de sus ya numerosas noches mágicas. Aunque la fiesta venía ya de antes, en una jornada en la que se pudo comprobar, por si alguien tenía dudas, que este país tiene ganas de selección.

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Imanol INTZIARTE

Como es habitual en los días de partido, las inmediaciones del campo eran ya un hervidero de gente desde bastante antes del inicio. Los bares hacían caja con centenares de personas ataviadas con la camiseta verde e ikurriña en mano. No faltó quien echó mano de la elástica de su equipo, en perfecta armonía. Y es que todos jugaban como locales sobre el césped bilbaino.

Ya dentro del estadio, un grupo de joaldunak acompañaba el calentamiento de ambos conjuntos antes de que por megafonía arrancaran los sones del «Gu euskaraz, zu zergatik ez?». La parroquía acompañaba con soltura el estribillo, se notaba que había ganas de juerga.

Las pancartas dejaban claro que esto es más que un bolo invernal organizado para recaudar euros. «Herri zapalduen selekzioak aurrera», rezaba una en el fondo sur, «EFF hipokrita, ofizialtasuna orain», se leía enfrente una crítica a la Federación Vasca. Las juventudes jeltzales firmaban una con el lema «Ofizialtasuna guztion zeregina».

Un mosaico rojo, verde y blanco y gritos de «Independentzia» preludiaron la salida al campo de ambos conjuntos, entre la intensa humareda de las bengalas. Los jugadores vascos saltaron con una pancarta con la palabra «Ofizialtasuna» y la silueta del mapa de Euskal Herria, con sus siete territorios. Para que quede claro de qué hablan cuando ponen sobre la mesa sus reclamaciones.

Banderolas para el himno

Llegó el momento de los himnos, primero el de los visitantes, que fue acogido con el debido respeto. Sonó luego el «Gora ta gora», con muchas menos protestas que en ocasiones pretéritas. A cambio, afloraron en la grada decenas y decenas de banderolas por la repatriación de los presos que, posiblemente, causaron a más de uno mayor disgusto que una pitada masiva.

Con el homenaje a Joseba Etxeberria, aclamado una vez más por San Mamés, se dieron por finalizados los prolegómenos, era el momento de que comenzase a rodar el balón.

Pero la jornada era ante todo la reivindicación de un sentimiento, y así llegaron esas estrofas que dicen «Gu euskalduna gara, Euskal Herrikoak...» y cerca de 40.000 personas saltaban al grito de «Español el que no bote es».

La ola tampoco podía faltar a la cita y se dio unas vueltas por San Mamés, aunque para baño, y de agua fría, el tanto anotado por los venezolanos al filo del descanso. El tanto enmudeció San Mamés, aunque fuera sólo por unos segundos.

Etxarri e Iribar reaccionaron poniendo a calentar a su nutrido banquillo, y el seleccionador de la vinotinto hizo lo propio. El atasco en la banda fue de considerables dimensiones, con dos decenas de jugadores en una estrecha franja de verde.

Lo adverso del marcador no encogió los estómagos. Iturralde pitó el descanso y dio paso al momento en el que el sonido dominante era el peculiar crujido del papel de alumino al ser separado del bocadillo.

Restaban 45 minutos y había que reponer fuerzas para remontar sobre el césped un partido que en la grada estaba ganado desde hacía mucho.

La segunda mitad arrancó algo fría, aunque el empuje de la tricolor en busca del empate no tardó en elevar la temperatura. Venezuela respondía con protestas y pérdidas de tiempo y el partido adquiría tintes de fútbol auténtico, de ese en el que los puntos cuentan, de ese que la afición espera vivir más pronto que tarde.

El tanto de Gurpegi fue el impulso definitivo para que arreciaran los cánticos de «Jo ta ke, irabazi arte» y «Beste bat». Y la selección dio buena réplica. Quien mejor para anotar el segundo que Mikel Labaka, un hombre que se faja como pocos para que este proyecto llegue a buen puerto. El debutante Muniain puso la guinda. Pero el verdadero partido, el de la oficialidad, debería continuar hoy.

 

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