Josep Ramoneda 2010/12/28
Patria y paciencia
(...) «No siento que regreso; siento que llego», ha dicho [Artur Mas] marcando, una vez más, distancia con los Gobiernos de Pujol de los noventa, de los que él formaba parte. Mas no es el mismo, el país tampoco, pero a la hora de la verdad la tradición de ambigüedad y prudencia característica del universo convergente ha vuelto a resplandecer. El nuevo presidente ha dicho compartir la aspiración a la plenitud institucional de Cataluña, pero al mismo tiempo ha advertido que no es «ni un resistente ni un liberador, sino un constructor de la nación catalana». Y que esta no es una tarea para impacientes. Esta es el secreto del éxito del nacionalismo convergente: apunta lejos, pero se mueve cerca.
Artur Mas venía insistiendo en un Gobierno de los mejores que trascendiera las fronteras del partido. Pero, en la práctica, la mayoría de las carteras clave ha vuelto a manos de veteranos consellers del presidente Pujol. Y Mas ha dado el paso que Pujol nunca hubiera osado dar. Aprovechando la debilidad del PSC, ha invitado a un militante socialista a su Gobierno: Ferran Mascarell, de reconocida competencia, que lleva veinticinco años pensando y dirigiendo políticas culturales para la izquierda. Artur Mas, con este gesto, busca probablemente dar satisfacción a los ciento veinte mil votantes socialistas que optaron por él. Y, al mismo tiempo, el núcleo duro del PSC ha opuesto escasa resistencia a este cambio de filas porque le permite sembrar la sospecha sobre las intenciones del sector catalanista de su partido. Estas operaciones de apertura siempre llevan una alta carga de riesgo. Cuando las cosas empezaron a torcerse, los ministros de apertura de Sarkozy fueron cayendo uno a uno.
(...) La presidenta del Parlamento catalán, Núria de Gispert, como es preceptivo, invitó a Artur Mas a prometer su cargo, en cumplimiento de un real decreto, firmado, por supuesto, por el rey Juan Carlos y por el presidente Zapatero. Artur Mas tiene razón: hay objetivos que requieren mucha paciencia.