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Mertxe AIZPURUA | Periodista

Ni balances ni propósitos

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Me voy a perdonar a mí misma este tropezón de incurrir en uno de esos lugares comunes. La culpa la tienen estos días fronterizos que me desubican sobremanera. Rompen el ritmo, desmadejan el tiempo y no sé si es que el año anterior empieza a terminar o es que el nuevo termina de empezar. Es por lo de los límites, que siempre son frágiles y difusos. Como las fronteras, que son más retóricas que reales.

A quienes se dejen llevar por esa costumbre absurda de hacer balance de lo vivido, les recomiendo que no pierdan el tiempo. No merece la pena el esfuerzo. La estadística dice que quienes logran alcanzar los propósitos que se marcaron al inicio del año forman un porcentaje irrisorio. Y, además, aunque las estadísticas no profundicen en ello, les puedo asegurar que son unos pobres desgraciados. Nada tan penoso como desperdiciar un año de la vida en seguir una línea trazada de antemano. Ni balances ni propósitos. Ésta es mi recomendación para el nuevo año que, si hacemos caso a la racionalidad y al sentido común, es más falso que un dólar con la cara del tío Gilito.

Si se trata de desear algo para todos, no hay mejor desideratum que anhelar un ciclo cargado de sorpresas felices, embrollos divertidos, emociones desbordantes y esa sensación de estar corriendo un riesgo que merece la pena. Que nada sea como hayas previsto y que lo que ocurra, te sorprenda para bien. Unas cuantas paletadas de intensidad que rompan la rutina y lo previsible. Si el nuevo año espera ahí fuera, que estemos a la altura del azar, como diría Nietzsche. Y si hay nostalgia, que sea sólo del mañana.

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