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ANÁLISIS | DEVENIR POLÍTICO EN ARGENTINA

El giro de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, sin Kirchner

A casi dos meses de la muerte de Néstor Kirchner, es más palpable que, además del esposo de la presidenta, él era el jefe del proyecto político que gobierna Argentina desde 2003. Cristina Fernández ha virado en algunos temas clave y la viudez le ha deparado un encanto entre la opinión pública que la ha catapultado en los sondeos.

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Daniel GALVALIZI Periodista

Hace un año nadie apostaba por que los Kirchner pudieran extender su mandato más allá de las presidenciales de 2011, pero, tal y como apunta el autor, la muerte de Néstor Kirchner ha catapultado en los sondeos a su esposa, que también ha cambiado su forma de actuar.

La fuerte sacudida que produjo el deceso de Kirchner retumbó en todos los frentes. Primero fue en la imagen de la presidenta, quien si bien exhibía desde principios de 2010 una mejora por la bonanza económica y el efecto de los festejos del Bicentenario, trepó ahora hasta rondar el 50%.

La novedad es que todos los ojos la sitúan ahora como candidata. Y no sólo los militantes y funcionarios que buscan un candidato que les asegure cuatro años más de vínculo con la enorme burocracia argentina, sino de la gente común, que de golpe se vio sin la principal figura política que garantizaba la gobernabilidad.

Según encuestas, Fernández acaricia el 40% de intención de voto y supera por más de 20 puntos a quienes se reparten el segundo lugar: el representante de la derecha liberal y alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, y el diputado por la coalición socialdemócrata, Ricardo Alfonsín, hijo del ex presidente de los 80.

La ley electoral argentina contempla la segunda vuelta si ningún candidato supera el 45% o si alcanza el 40% con una diferencia mayor de 10 puntos con el segundo. Esta flexibilidad -más benigna que el 50% en Brasil o Chile- es la principal esperanza de los kirchneristas, ya que les ayuda para amortiguar dos desventajas de base: el desgaste por los casi ocho años en el Gobierno y un 40% del electorado que dice que jamás los votaría.

El arco opositor se reacomoda. La desaparición de Kirchner hizo también que se borrara de un plumazo el eje a donde apuntaban todas las críticas. La imagen negativa del ex presidente era mayor que la de su esposa. Su figura concentró todos los ataques opositores y mediáticos al ser considerado el jefe político, más allá de que no tenía responsabilidades formales.

Así, los opositores vieron desarticulada su estrategia y vino un reacomodamiento que promete más sorpresas. La coalición socialdemócrata que triunfó en los comicios legislativos de 2009 perdió fuerza al desprenderse su segundo partido más importante (la Coalición Cívica), y quedó conformada por la tradicional UCR, los socialistas y partidos menores.

Las internas fraticidas, una insana costumbre de la UCR, son la peor amenaza para su futuro, además de la falta de experiencia de su figura principal, Alfonsín. También cuenta con el lastre de la memoria: la UCR gobernaba el país en 2001 antes del gran colapso económico.

Desde la derecha, reposicionan como líder opositor al jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires y ex presidente del Boca Juniors, aunque su partido, de influencia local, necesita imperiosamente pactar con el peronismo más conservador enfrentado a Kirchner (el Peronismo Federal) para tener un alcance más nacional.

Es en esa fuerza, la de los peronistas, donde impera la incertidumbre. Varios de sus máximos referentes -otrora duros opositores- olfatean que será imposible destronar a la presidenta y comienzan a acercarse a su sombra. Otros, como el ex presidente Eduardo Duhalde, se encaraman en soledad en una precandidatura que amenaza con ser un fracaso estrepitoso.

Desde la izquierda, el partido Proyecto Sur, liderado por el cineasta Fernando «Pino» Solanas, puede ser la gran sorpresa y convertirse en tercera fuerza. Fuera de Buenos Aires su influencia decrece. Su fortaleza radica en que su discurso desnuda con solvencia técnica las incoherencias entre retórica y acción de un Gobierno que se dice progresista pero cuenta con muchos resabios neoliberales.

La Cámara de Diputados sigue gobernada por la oposición, a la que, por su heterogeneidad extrema, le cuesta impulsar una medida al unísono. El Senado tiene un empate técnico entre ambos bandos, que viven una guerra constante. Este panorama hizo que el Parlamento no pueda siquiera sancionar el presupuesto para 2011 y se prorrogue automáticamente el que se aprobó para 2010.

Un vuelco no tan sorpresivo. La presidenta aprovechó su viudez política para realizar jugadas en otro momento inimaginables de encajar en un discurso que se intenta estatista y nacionalista, aunque las derivas de derecha y de izquierda son tradición en el peronismo.

Así, Cristina Fernández impulsó la negociación para el pago de la deuda con el Club de París, autorizó que una delegación del FMI viaje a Argentina para ayudar técnicamente a confeccionar un nuevo índice de inflación (el actual está absoluta- mente bajo sospecha de ser fraudulento) y encaró una ofensiva diplomática para que en la última Cumbre Iberoamericana en Argentina no se condene a EEUU por el escándalo de Wikileaks, a pesar de las quejas de Ecuador, Bolivia y Venezuela.

El giro a la derecha de Fernández es también estético y de formas. Frenó sus diatribas virulentas contra los medios, en especial a los dos diarios de mayor tirada, y en cada discurso apela a los sentimientos y la moderación, a la sonrisa en vez de al ceño fruncido.

Su versión paloma choca con la del eterno halcón: la fiereza contra líderes opositores sigue inalterable, lo que quedó demostrado en las violentas tomas de tierras que la enfrentó con Macri. Así, por ejemplo, la presidenta busca un amplio pacto social con empresarios y sindicatos para domar la inflación y la conflictividad gremial sin siquiera invitar a la mesa a las agrupaciones con representación parlamentaria, reforzando una visión corporativa de desprecio del debate partidario.

En esa confrontación permanente -que hastía a gran parte de la ciudadanía- radica su debilidad. En un 2011 con favorables perspectivas de crecimiento económico, el conflicto con los actores políticos derivado de una coexistencia sin diálogo que juega al todo o nada, y la ebullición social que emerge de la inflación que carcome los salarios, son los dos escollos principales con los que Fernández se topará en su camino a la reelección. Esta vez siendo la jefa, ya sin Kirchner.

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