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desde la trinchera talibán

«Cuesta aceptar que luchas contra personas y no contra demonios»

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Paul REFSDAL
Reportero de guerrillas

Paul Refsdal (Oslo, 1963) lleva más de 25 años cubriendo conflictos armados desde el «otro» lado. El pasado año, logró mostrar una imagen de los talibanes que rompía con todos los moldes: los grabó combatiendo, pero también bromeando, jugando… «Son imágenes que muestran a un enemigo humano, no a un demonio, y eso parece que molesta», asegura a GARA en una entrevista exclusiva.

Karlos ZURUTUZA I

¿Cómo y por qué se «empotró» con los talibanes?

Llevamos nueve años expuestos a una fuerte propaganda anti- talibán y sentía curiosidad por saber quién es esta gente. Conocía a Dawran, un comandante de la «vieja escuela» con el que trabajé durante la guerra contra los rusos en los ochenta y aceptó recibirme como su invitado. Quería pasar un mes con ellos. Desgraciadamente, hubo un ataque en el que murieron algunos comandantes y varios de sus hijos, así que me tuve que ir a los nueve días.

¿Le resultó fácil ganarse la confianza de los combatientes?

El primer día me veían como a un extraterrestre, pero a partir del segundo empezaron a hacer chistes y a quitarse las máscaras. Al final conseguí mi objetivo que era el de convertirme en un mero observador del día a día de aquel grupo.

Desde ciertos sectores se le ha acusado de «humanizar» a los talibanes...

Si alguien tiene problemas con eso significa que le resulta incómodo aceptar que se lucha contra seres humanos, y no contra demonios. Yo fui con la mente abierta, dispuesto a filmar lo que viera. Resulta paradójico, porque los talibanes no entendían que los quisiera mostrar como personas normales en su día a día, sino como poderosos guerreros.

Insistí en que no me importaban las armas que tuvieran y, sobre todo, en que no hicieran ningún ataque para mí, que era lo que hacían los muyahidines en los ochenta.

¿Quiénes son los talibanes?

Yo hablo de lo que vi y creo que se trata de un grupo muy heterogéneo. Los hay fanáticos, pero también están los que escuchan música, fuman cigarrillos y se afeitan.

Sin ir más lejos, el comandante Dawran creía que las mujeres debían estudiar y nunca realizaba ataques sobre tropas afganas. Más que religiosa, su motivación principal era la de alguien que lucha contra las tropas que han invadido su país. También decía que sentía un profundo desprecio por los americanos, no tanto por la guerra en sí misma, sino por lo que el llamaba la «total falta de respeto por la tradición y el Islam, como el registro de las mujeres con detectores de metales o la entrada a patadas en las viviendas.

Usted refleja a los talibanes charlando, bromeando e incluso jugando, pero también los grabó combatiendo, ¿no es así?

En la zona en la que estuve había bombardeos a diario, principalmente desde «Predators», pero no les daban importancia. El grupo mantenía una posición sobre una carretera por la que los americanos transportaban suministros y disparaban sobre ellos unas tres veces al día con armamento pesado.

A pesar de la confianza y el aparente respeto mutuos, fue usted secuestrado...

La Coalición lanzó una ofensiva en la que murieron varios comandantes, así como dos de los hijos de Dawran por lo que me ví obligado a abandonar el batallón. Omar, un comandante más joven, me dio su número de teléfono y me invitó a su posición. Nos encontramos unas semanas más tarde.

Tras andar durante un día entero, alguien que decía ser de Al-Qaeda me acusó de espiar para los americanos y me dijo que debía matarme. Me dejaron bajo custodia en casa de una familia armada la cual juró protegerme de los secuestradores, pero enseguida comprendí que, si me fugaba, su vida correría peligro. Pretendían que el Gobierno noruego pagara 500.000 dólares por mí, pero logré convencerles de que Oslo nunca se molestaría en pagar el rescate de un periodista «empotrado» con los talibanes. Les convencí de que a lo máximo que podían aspirar era a 20.000 dólares que podía reunir personalmente.

Durante aquel proceso pude llamar a un contacto del canal de televisión Al-Jazeera, quien comunicó a Dawran que estaba secuestrado. Este llamó a Omar quien me liberó inmediatamente por las presiones que recibió tanto de Dawran como del portavoz de los talibanes así como de gente de Pakistán.

Habla usted de Al-Qaeda. ¿Cuál cree usted que es su posición entre los grupos insurgentes locales?

Hay muchos grupos operando, principalmente Al-Qaeda, Hizb-e Islami y los talibanes. Si bien no creo que haya conflicto entre Al-Qaeda y los talibanes, tampoco creo que estén luchando juntos. Durante mi secuestro era Al-Qaeda, y no los talibanes, los que me querían matar.

¿Qué diferencia a los combatientes afganos que luchaban contra los rusos de los que luchan hoy contra las tropas de la Coalición?

Fui a Afganistán con los muyahidines en el 84 y 85, cuando los combatientes afganos eran considerados héroes. Nadaban literalmente en armas hasta el punto de que usaban RPG [bazooka de fabricación soviética] para cortar leña. Tenían Stingers [misiles tierra-aire norteamericanos] así como el apoyo incondicional de lo medios de prensa occidentales, lo cual ayudó a inclinar la guerra a su favor.

Hoy, los combatientes afganos están totalmente demonizados por los medios de comunicación y apenas tienen armas en comparación con los de los ochenta. A pesar de todo, están haciendo frente a la mayor maquinaria militar del mundo, por lo que creo que están mucho más dedicados, quizás por la falta de recursos que mencionaba antes.

«Restrepo», un documental que refleja la vida de un batallón de marines destacado al este de Afganistán, ha obtenido recientemente numerosos galardones internacionales, pero su trabajo no parece haber tenido la misma repercusión mediática. ¿Se le ignora deliberadamente?

Me parece más llamativo que hayamos tenido que esperar nueve años a ver una visión como ésta de los talibanes. Casualmente, nosotros nos encontrábamos a escasos dos kilómetros de la posición donde se rodó «Restrepo», y en el mismo momento. No obstante, estoy satisfecho con la difusión que ha tenido mi trabajo, porque se ha emitido en las principales cadenas de 14 países. Además, creo que dentro de un año veremos muchas películas como la mía.

La mayoría de los periodistas cubre la guerra con el Ejército pero usted lo hace desde el «otro» lado, ¿por qué?

Todos los movimientos insurgentes son distintos, pero coinciden en dos aspectos: tienen menos recursos y, por supuesto, muchísima menos propaganda. Sucedía algo parecido a Afganistán en Perú, donde la «demonización» de Sendero Luminoso era total.

Sin embargo, yo mismo fui testigo de numerosas atrocidades a manos del Ejército peruano: familias tiroteadas, combatientes cuyas mandíbulas ha- bían sido arrancadas para extraer sus dientes de oro... Si quieres denunciar las atrocidades del Ejército necesitas pruebas sólidas mientras que no ocurre lo mismo cuando se trata de denunciar a los grupos insurgentes, sea Sendero Luminoso o los talibán; todo se acepta. Perú y Afganistán son dos ejemplos muy similares de cómo funciona la propaganda de guerra. Se trata del escenario típico de un conflicto armado en el que todo el mundo miente.

¿Cómo ve el futuro de Afganistán a corto plazo?

Ambos bandos saben que nadie puede ganar esta guerra. Creo que hoy todo el mundo coincide en que la paz en Afganistán pasa por una negociación, un proceso de paz que ha de derivar en un reparto del poder. Las claves de dicha negociación giran en torno a si los talibanes deben ocupar cuatro, cinco, seis o siete ministerios y creo que si hoy hay tantas tropas en Afganistán es para reforzar la posición de cara a una futura negociación.

En definitiva, se lucha para que los talibanes consigan cuatro y no siete carteras en el futuro Gobierno. Es algo que he visto en otras guerras como en la de El Salvador, donde ambos bandos lucharon desde el 93 al 99 por una posición fuerte ante un proceso de negociación. Es muy triste porque en estos procesos muere mucha gente inocente.

Sin embargo se apunta a que los talibanes están en una posición ventajosa respecto a las fuerzas de ocupación...

Los talibanes están ganando porque pueden soportar más víctimas. Las tropas de la Coalición han tenido 700 bajas en 2010, ha sido su peor año. La diferencia es que la oposición puede aguantar muchas más. Los talibanes de hoy son más realistas, más pragmáticos que los de antes de 2001. No creo que la retirada de las tropas implique que el país caiga en manos de los talibanes. Comprenden que no pueden conquistar todo el país, nunca lo hicieron, y creo que se conformarían con controlar sus áreas: Kandahar, Helmand...

¿Cree que periodistas como usted tienen futuro en mitad de una crisis que también se está cebando con los medios de información?

En los últimos diez años la calidad del periodismo de guerra ha caído en picado. Por un lado, hoy son nuestros países los que están en guerra y eso afecta a la objetividad de la información. En segundo lugar, creo que se ha insistido demasiado en la seguridad del periodista hasta el punto de que se espera informar sin correr riesgos. Mucha gente piensa que se puede cubrir una guerra desde la habitación de un hotel y recurrir a periodistas locales de la manera más ruin.

Recuerdo que en Chechenia se hablaba de los «chechenos disponibles», desgraciados a los que se les daba una cámara y 50 dólares. Si volvían vivos, se les daba otros 50 para que siguieran rodando. Si ocurría algo nadie se hacía responsable de ellos...

Pese a todo, me siento optimista respecto al futuro de periodistas independientes como yo. No necesitamos asesores de seguridad, ni guardaespaldas, ni coches blindados; nos movemos por cuenta propia y a menudo conseguimos las mejores historias.

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