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Iñaki LEKUONA, Periodista

Allanamiento político

Ocurrió hace tres años. Un joven gendarme que se divertía en una discoteca de Pau ligó de madrugada con una chica a la que acompañó hasta su casa. Tras unos sobeteos en el vestíbulo del edificio, su ligue le dejó con la promesa de volver en un instante. Pero el instante debió de parecerle una eternidad inaceptable y, a los pocos minutos de que la chica se esfumara escaleras arriba, el gendarme, animado por una notable tasa de alcohol en sangre, se decidió a subir. ¡Ajá! La puerta de uno de los apartamentos estaba abierta. Con una pericia que sólo el arduo entrenamiento militar puede conferir, se introdujo en la oscuridad, intuyó el dormitorio, se despojó de su ropa y se deslizó con sigilo bajo las sábanas de la cama. Y empezó a acariciar aquel cuerpo femenino. Y la mujer, que de ninguna manera era la chica de la discoteca, gritó espantada. Y el marido, acostado a su lado, saltó como un resorte. Y el gendarme, que no entendía nada, salió disparado en canzoncillos perseguido por la vergüenza y por un desconocido indignado que aún entendía menos. Esta semana dictarán veredicto contra el ex gendarme, acusado de un delito de allanamiento de morada.

Ocurrió hace cuatro años y se repitió hace uno. En multitud de ayuntamientos, en las diputaciones y en los parlamentos de Iruñea y Gasteiz, multitud de moradas de la política pública fueron allanadas y la voluntad popular magreada sin que la vergüenza ni la indignación de los electores pudieran evitarlo. Nadie salió corriendo. Al contrario.

Y a pesar de que esta pasada semana se ha dictado un veredicto esclarecedor, en mayo seguirán con el allanamiento político y el sobeteo electoral. Y lo llamarán democracia.

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