Se arquila habitación». Escrito así lo he leído en un folio pegado con celo en una pared de la calle. «Como para que te sangren los ojos», diría un colega. Hay peña que escribe muy mal. Bastante peña. Hablo del castellano, porque es el idioma en el que suelo manejarme habitualmente, pero supongo que en otras lenguas la situación será parecida.

Es una impresión extraída de la experiencia personal, leyendo -por ocio o por negocio- los más diversos foros de internet, al margen de lo que digan o dejen de decir esos rimbombantes informes sobre ratios educativos con los que unos se arman para criticar y otros para sacar pecho, todo en función de a qué lado de la poltrona esté cada cual. E independientemente de la procedencia geográfica del que escribe, que sólo me falta el listo de turno que lo achaque al modelo D.

Abundan quienes suelen culpar de ello a la costumbre de ahorrarse letras en los mensajes enviados por teléfono móvil, los conocidos como SMS. Si fuera así, nadie gastaría caracteres extras en llamar «leuro» a la unidad monetaria o asegurar que se irá a comer «en breves». Por no hablar de la letra b y la letra v. Su uso parece cuestión de azar. Si sale cara, escribo la primera; si sale cruz, la segunda. Y así podríamos seguir hasta que se evapore el Pacífico.

La gran mayoría cometemos errores, comenzando por quienes nos ganamos las lentejas dándole a la tecla. Cuando participo en conversaciones a través de la red tengo la costumbre -no sé si buena o mala- de advertir sobre las faltas ajenas. Sólo con personas de confianza y que sé que lo van a agradecer, ya se me hincharon las gónadas aguantando a quienes se toman las correcciones como un ataque personal, que los hay a paletadas. Es como si un servidor afirmase que dos más dos suman cinco y se agarrase un rebote de órdago a la grande cuando le replican que no, que son cuatro. «Es que soy de Ciencias». Ya, y otros son de Letras, pero saben sumar, que nadie pide que se compongan sonetos.

Agusto me e kedao, ke de bez en kuando ai ke desaogarse.