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Análisis | Crisis en el FDP

Guido Westerwelle se va de la política a pasos muy pequeños

Pese a las voces que demandan su dimisión en el Gobierno, el ministro liberal mantiene el pulso, apoyado por Angela Merkel. Pero la creciente falta de credibilidad del FDP amenaza también a la vicecanciller.

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Ingo NIEBEL

Acuciado por las críticas, el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Guido Westerwelle, anunció el domingo que no se presentará a la reelección como presidente del partido liberal alemán (FDP). Pero aún no ha dejado claro si abandonará el Gobierno alemán.

El ministro de Asuntos Exteriores alemán, Guido Westerwelle, ha optado por retirarse de la política, pero sólo paso a paso. El domingo a las seis de la tarde, anunció que no iba a presentarse de nuevo para dirigir al Partido Liberaldemócrata de Alemania (FDP). Apenas doce horas más tarde, las agencias informaron de que Westerwelle está dispuesto a dejar sus responsabilidades de vicecanciller en el Gabinete de la canciller democristiana Angela Merkel (CDU) en manos de su sucesor frente al FDP. Para el mediodía de ayer, los medios alemanes habían augurado una decisión definitiva respecto a la sucesión de Westerwelle, pero el secretario general de los liberales, Christian Lindner, pidió más tiempo. Primero quería consultar el asunto con el grupo parlamentario y los jefes de los comités regionales que tienen previsto reunirse hoy.

Mientras tanto, ayer por la tarde aumentaba la presión interna sobre Westerwelle para que deje también el Ministerio de Asuntos Exteriores. Fue nada menos que el veterano liberal Gerhart Baum, ex ministro de Interior con el canciller socialdemócrata Helmut Schmidt entre 1978 y 1982, quien invitó a su joven correligionario a dar este último paso «para hacer posible un verdadero inicio». Para más inri, calificó de «desastrosa» la política exterior de Westerwelle.

Por la dimisión completa del vicecanciller apuesta también la copresidente del partido de los Verdes, Claudia Roth, diciendo que «el Ministerio de Asuntos Exteriores no es ningún lugar de reposo».

El aludido, en cambio, mantiene el pulso porque pudo al menos contar con el apoyo de Angela Merkel, quien durante la celebración de la Feria Industrial de Hannover dijo que la «buena colaboración» con su todavía vicecanciller continuaría.

La canciller misma no ofrece su mejor imagen, ya que como consecuencia de una operación del menisco, tiene que utilizar muletas. Ayer, aclaró que no tiene pensado reformar el Gabinete. Sin embargo, es algo que puede ocurrir, dependiendo de cómo termine la pugna interna dentro del FDP. Por la sucesión de Westerwelle frente al partido está luchando el joven ministro de Sanidad, Philipp Rösler, alemán de origen vietnamita, contra el veterano ministro de Economía, Rainer Brüderle.

Éste último acaba de dejar la Presidencia del comité regional de Renania-Palatinado, donde su partido no logró superar el límite del 5% en las recientes elecciones. En el fondo, están esperando a su oportunidad tanto la ministra de Justicia, Sabine Leutheuser-Schnarrenberger, como también el secretario general Lindner.

La experiencia enseña que es casi tan imposible pedir a un partido que se redefina mientras está gobernando, como exigir a un ejército en plena lucha que se dote de una nueva estrategia. De hecho el FDP lucha por la supervivencia, ya que nuevos sondeos lo vuelven a situar fuera de diferentes parlamentos regionales.

El diario «Frankfurter Allgemeine Zeitung» (FAZ) ha preguntado estos días: «¿Quién necesita al FDP?»: Aquellos que quieren que un partido burgués que se opone «a la tiranía de la mayoría». Ésta se expresa, según el FAZ, entre otros aspectos en la «histeria» que rodea el debate sobre el final de la energía nuclear.

La industria atómica ha empezado a apretar los tornillos al Gobierno por su brusco cambio de sus dos ex aliados en esta materia: Lo ha demandado por el cierre temporal de centrales nucleares y ahora amenaza incluso con apagones en el rico sur de Alemania.

La falta de coherencia del FDP no es ninguna novedad: Hasta que perdió el gobierno junto con la CDU en 1998, ejercía el papel del eterno socio minoritario que garantizaba gobiernos de la derecha o del Partido Socialdemócrata (SPD).

A partir de 2001, Westerwelle y su difunto rival Jürgen W. Möllemann intentaron convertirlo en un partido con una base más amplia, apuntando al 18 % a nivel nacional. Este objetivo lo alcanzó Westerwelle con los 15 puntos en las elecciones generales del 2009.

Pero ya entonces se sabía que era una victoria coyuntural y no estratégica, porque se beneficiaba sólo de los votantes descontentos con la «gran coalición» de CDU y SPD (2005-2009). Ya entonces los expertos advertían de que el FDP carecía de carácter programático y que la política de su presidente se basaba más en las técnicas electoralistas, procedentes de Estados Unidos, que en un fondo ideológico.

Además, Westerwelle seguía comportándose como si estuviera en los bancos de la oposición cuando ya compartía la mesa de Gobierno con Merkel. Hacía oídos sordos a los que le alertaban de que su discurso neoliberal, reclamando una reducción de los impuestos en plena crisis financiera, no les gustaba ni a sus simpatizantes.

Su prestigio empezó a caer cuando se descubrió cómo el FDP hizo favores primero a los hoteleros después de haber recibido una donación de un millón de euros para la campaña electoral. Luego, se descubrió que Rösler fichó al vicedirector de los Seguros Privados de Enfermedad para que definiera la futura política de Sanidad.

Por esta falta de credibilidad y ante la falta de alternativas viables a la CDU, el SPD y los Verdes, el FDP está en peligro de extinción y su caída podría arrastrar a la misma Merkel.

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