Belén MARTÍNEZ Analista social
Dracón 9 - Solón 7
En «Tesis de filosofía de la historia», Walter Benjamin lanza una advertencia acerca de la necesidad de no resignarnos: «La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el 'estado de excepción' en el que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia que le corresponda». Un diagnóstico certero -válido actualmente- que otorga significado a decisiones judiciales que arrojan fuera del espacio público a determinados partidos políticos. La circunscripción política y legal se estrecha cada vez más; en cambio, las fronteras y los límites de la justicia -y la guerra- «preventiva» han sido suprimidos.
La excepción es la norma. Se ha institucionalizado y se autolegitima a través de la Ley de Partidos, resultando así compatible con las democracias liberales. Es decir, el estado de excepción es una respuesta que se puede dar en un autoproclamado estado de derecho. Para quienes nos posicionamos contra la citada ley, nos encontramos más bien en un no man's land jurídico (tierra de nadie).
¿Podemos acostumbrarnos a convivir con situaciones en las que, un día sí y otro también, la democracia está fuera de servicio? A los magistrados que han impedido a Sortu inscribirse en el registro de partidos políticos, las palabras tôn isôn metesti (participación en todo, en igualdad de condiciones), les sonarán a título de canción griega en un festival de Eurovisión.
Más interesante que el auto del Tribunal Supremo son las opiniones de sus señorías sobre la esencia de la democracia, la relación entre democracia formal y participativa o la importancia que le conceden a la presencia y el rol de la sociedad civil en democracia.