CRíTICA cine
«La vida de los peces»
Mikel INSAUSTI
El chileno Matías Bize es uno de los cineastas independientes punteros del panorama actual, por ser uno de los que aporta una mayor innovación en el lenguaje fílmico, sin necesidad de hacer tanto ruido como otros autores jóvenes más publicitados. “La vida de los peces” es una obra prodigiosa que materializa la productiva idea de que «menos es más», al convertir las limitaciones y la escasez de medios en un poderoso elemento significante. Si con “En la cama” Bize ya demostró que le bastan una habitación y dos personajes desnudos para hacer una película, en su nuevo largometraje es capaz de contar el pasado, presente y futuro de alguien sin salir del interior de una casa. Y si entonces había una cama para servir de universo privado a todo un complejo entramado de relaciones personales, ahora una pecera sobra para dar contenido al título y redimensionar el espacio cerrado de una pareja vista a través del cristal, en una imaginaria inmersión en las aguas cristalinas de un pasado que ya no va a volver, y que es como el que se contempla en las viejas fotos inanimadas dentro de un tiempo detenido.
Lejos de caer en el estaticismo propio de las películas con un único escenario, Bize muestra unas soluciones de distribución de espacios muy dinámicas, que a buen seguro firmaría gustoso Jaime Rosales. Sitúa una cámara en mano a la espalda del protagonista, al que sigue en su recorrido por los pasillos y salas comunes de la casa en la que se celebra una fiesta de cumpleaños. La música indie de Diego Fontencilla que acompaña ese recorrido pausado se presta a una recreación atmosférica del movimiento, anunciando los encuentros, ya en planos fijos, que van a tener lugar en los distintos cuartos. En todos ellos Santiago Cabrera conversa con otra persona o personas, y de ese diálogo se desprende la información sobre el periplo vital de este joven que emigró a Alemania, y que diez años después ha regresado a su país de visita, intentando cerrar las heridas de los sentimientos nostálgicos.