ASTEKO ELKARRIZKETA: Juan Gorriti, naturaleza esculpida como emoción
«El arte es sentir y comunicarse con el entorno»
Tiene el instinto innato de un ser arrullado por la naturaleza. Sin ataduras ni armazones. Como su obra. Porque en sus esculturas, grabados o pinturas participan la lluvia, la tierra, el fuego... y el tiempo, que modela sin prisa los sentimientos y las emociones. Sus ideas parten del corazón, viajan a la cabeza y acaban en las manos. Como las de un artesano con muchos años de oficio, rugosas pero fuertes, que no cesan de crear encuentros en el aire, en la madera, en la pared. Y eso, además, le hace un hombre generoso y feliz.
Todo tiene un principio, una semilla. Yo nací en Oderitz y crecí en Betelu; mi padre era guarda forestal y el entorno en que viví de niño era el monte. Pero mi entorno eran también esas paredes antiguas de los caseríos que están hechas con entrelazados de avellano y que tienen esas texturas tan especiales de cal y tierra. Esas texturas crean formas y, para mí, de niño, eran una especie de juguete sobre el que proyectaba imágenes. El propio entorno en que nací es el origen de lo que hago ahora. Las cosas con las que jugaba de niño son las que hago ahora y comunican con el entorno en que viví.
Le oí en alguna ocasión hablar de artistas y no encontré apellidos conocidos: mencionaba usted el tiempo, el fuego, la polilla, el humo, la lluvia...
Yo descubrí el mundo del arte al conocer a Remigio Mendiburu y a Jorge Oteiza. Una vez visité con Mendiburu una exposición de Antoni Tápies y le comenté que los cuadros me recordaban la textura de las paredes de la cocina vieja de mi casa. «Si te oyera él...», me dijo.
Entonces me di cuenta de que el gran artista es el tiempo; no el tiempo del reloj, sino la necesidad que crean el tiempo y la naturaleza. ¿Acaso no son artistas el rayo que golpea y crea formas, el viento, el río, el agua...? Para mí, el arte es sentir y comunicarse con el entorno. El gran artista es la naturaleza, ese tiempo que ha hecho la cal, el humo, el fuego... De la naturaleza nacen grandes artistas.
O sea que usted ha tenido la galería de arte en su propia casa...
Esa fue la impresión que tuve al ver detenidamente obras de arte contemporáneo: si esto es arte -pensé- yo he nacido en una galería, porque el entorno en el que vivo, la naturaleza, el caserío... es una galería. Por ejemplo, en el caserío los encuentros no se ven, pero son la fuerza que sostiene el edificio. Ese encuentro, en definitiva, es lo que hago. Todas mis maquetas son encuentros. Es mi entorno. Mis maestros han sido la propia naturaleza, el tiempo, los encuentros de elementos que he descubierto en la construcción del caserío vasco...
En las tecnologías actuales triunfa en estos momentos la tercera dimensión. Usted siempre ha hablado de la cuarta como esencia de su arte...
La cuarta dimensión es el tiempo, comunicarte con él y sentirlo. Sus efectos se ven, pero tardan mucho. Nace y no tiene prisa. Lo que hacen el viento, el rayo, el humo no tiene prisa, lo que hace el fuego no tiene prisa...
De niño -como tantos en aquella época- tuvo también otros maestros: curas, monjas... Me cuesta imaginarlo a usted en ese ambiente.
Yo era un niño un poco nerviosillo, inquieto... En el caserío, por ejemplo, rezábamos el rosario todos los días. Para mí era la disciplina: un misterio de rodillas, otro sentado, otro de pie... Yo no podía aguantar y me entretenía mirando las paredes, que ahora me recuerdan a grandes artistas como Tápies, Barceló, Kiefer... Y con 5, 6 o 7 años jugaba con los dedos y las manos para hacer formas en la pared. Hacía gatos, perros... O me imaginaba otras cosas en las formas que el propio tiempo había ido marcando en aquellas paredes hechas con tierra y pintadas con cal. Y como era un poco travieso, el padre me cogía de la oreja y me mandaba al cuarto oscuro. Allá las paredes estaban todavía más deterioradas y ofrecían más formas...
En la escuela el maestro nos hacía cantar canciones que hablaban de matar «rojos». ¡Tiene cojones! Qué maestros tuvimos, que nos enseñaban aquello... Pero el niño no se da cuenta; lo descubre después. Yo no podía con las misas, ni con los rosarios ni con nada de eso.
¿Tiene religión Juan Gorriti?
Mi religión es la naturaleza. A mí me encantan las Malloas, el valle de Araitz... Mi religión es ver amanecer, es ir a Gaintza, ver las Malloas, ver los pastores, ver el entorno, ver ese trozo de la Navarra caribeña que vivimos aquí, en el valle de Araitz.
El pecado no existe y yo creo que cada uno se forma su religión. ¿La mía? El sol, la luna, los amigos, las amigas, el entorno, el taller... Yo nunca he cogido vacaciones, pero siempre estoy de vacaciones. Soy feliz en el taller haciendo cosas. Ahora, por ejemplo, estoy haciendo nada. Nada, nada... ¿Qué es eso? Pues nada. No quiero copiarme a mi mismo y entonces no estoy haciendo nada.
Pues al llegar me ha dado la impresión de que está dando vueltas a algunas ideas...
Bueno, sí: el río. Desde niño he vivido siempre junto a la erreka; ahora también vivo al lado del río. Y estoy con algo que no se puede exponer; no se puede llevar a una galería ni a Nueva York ni a Pamplona ni a Gaintza ni a Oiartzun, pero quiero expresar lo que he vivido junto al río. Estoy limpiando la zona y poniendo muy curiosas las orillas. A mi casa dan unos 50 o 60 metros de río y he plantado unos 80 árboles, que crearán una forma...
Es difícil expresar lo que tengo en la cabeza: quiero hacer una construcción entre el río, lo árboles y yo. Eso estoy haciendo. Es hacer nada, pero estar en la nada también es hacer algo. Es dencansar, pensar... No sé hasta cuando estaré haciendo nada para poder empezar a hacer algo. Es difícil explicar lo que uno tiene en el corazón, porque del corazón pasa a la cabeza y de ahí termina en las manos.
¿Recuerda sus primeros dibujos y esculturas?
No he aprendido mucho desde entonces. Empecé con 6 años haciendo aquellos grafitis y formas en la textura que da el tiempo en las paredes del caserío y sigo haciéndolos ahora. Y no podría decir si las primeras esculturas que hice yo son realmente esculturas... Era comunicarme con el entorno en que nací. Empecé cuando conocí a Mendiburu y a Oteiza. Dije: «Yo también voy a enseñar los encuentros de la casa que no se ven, porque los encuentros son fuerza; es lo que sostiene». ¿Es escultura? No lo sé. Es comunicar que el caserío vasco es una gran escultura.
Precisamente, después de casi una década en Lapurdi ejerciendo diversos oficios relacionados con la madera, usted reconstruyó con sus manos el caserío Batzarre en Arribe, cuyas ruinas databan del año 1511. Impresiona...
En Iparralde hice tareas de enconfrador, de carpintero, de tejadista, de restaurador... Aunque es dura, me encantaba la tarea de encofrador porque para sacar el positivo tienes que hacer el negativo. Y todo lo que he aprendido desde chaval me sirve ahora. La restauración es también muy bonita, porque es dar vida de nuevo a algo. Ninguna tarea es dar un paso atrás; sirve para adaptarla al presente.
El caserío en que vivimos, Batzarre, es de 1511. Era la Casa de Juntas del valle. Eran ruinas cuando lo compramos; era todo vegetación. Llevaba 40 años abandonado y parecía un bosque. Lo compramos, lo limpiamos y lo hemos ido restaurando poco a poco: primero Batzarre, luego el taller, luego la galería... Ha sido un lugar para hacer exposiciones, para el encuentro de amigos...
Artistas, escritores, andereños, músicos, carpinteros, empresarios, sindicalistas, bertsolaris, mendigos, políticos, cantantes, baserritarras, galeristas, arquitectos, niños... Son muchas personas las que pasan por este caserío. Podría parecer una metáfora de la casa común de los vascos.
Desde niño he visto pasar gente por casa... Nuestra casa siempre ha estado abierta a la gente. Recuerdo que en Navidad la madre siempre ponía un plato de más porque solían venir mendigos... Recuerdo a uno con el que aprendí a bailar, era chatico pero salao: [cantando] «Tani, tani que me tani...». De todos aprendes.
Cuando estuve trabajando en Iparralde también vivíamos muchos juntos en la misma casa. Mi universidad ha sido aprender de los demás. La gran riqueza es poder aprender algo todos los días. Yo me he equivocado mucho desde que empecé de encofrador... Pero si no me hubiera equivocado tal vez estaría todavía encofrando. Quiero decir que las equivocaciones son también un maestro. Un error da pie a intentarlo de nuevo.
Y nuestra casa ha estado abierta porque también hemos hecho muchas exposiciones en la galería y ha venido todo tipo de gente.
He oído hablar de ella como «la casa matriz»...
Eso es de Mikel Laboa... Éramos -y seguimos siendo, porque él andará todavía en el camino de esas nubes- muy buenos amigos. Él la llamaba la «casa matriz» porque en este valle viven Felipe Uriarte, José Luis Zumeta y unos cuantos amigos... Cuando venía al valle a hacer visitas, Mikel primero entraba aquí, luego iba a las casas de todos los amigos y volvía otra vez aquí. Para él era la casa matriz. Siempre entraba por la misma puerta, por la primera que se abrió, por la original.
A esta casa vienen también muchos jóvenes. ¿Cómo es su relación con las nuevas generaciones?
El joven es el futuro. Aquí han estado niños de ikastolas y jóvenes. Han venido a escuchar, a ver, a conocer... Yo he hecho muchas cosas en la vida, desde trillar en la era hasta ahora... Pero también vienen arquitectos jóvenes, porque en la universidad se aprende, pero la necesidad y el tiempo también enseñan. A esta casa vienen un montón de jóvenes de todos los sitios. Todos tenemos algo dentro. Esa es una gran lección.
Llama la atención la explosión de color que se encuentra en ella y que rompe, precisamente, con la sobriedad tradicional... También ocurre en muchas de sus obras. ¿Por qué el color?
Es difícil decir por qué... ¿Por qué vuela un pájaro? Yo creo que los vascos antes fuimos caribeños. El color es naturaleza. Si miras un árbol en primavera es una maravilla, pero también en verano, cuando empiezan las frutas, y en otoño... ¿Acaso el País Vasco no tiene otoño? ¿Acaso no tiene verano? Este país es también color; yo lo siento así. He nacido en el monte, me he comunicado con la naturaleza y la naturaleza es color. El País Vasco tiene mucho color; viviendo aquí lo sientes. Otra cosa es lo que aprendas...
¿Tal vez tiene relación también con el carácter de las personas, con el optimismo? Creo que es usted una persona positiva...
Sí, soy optimista. Por ejemplo, con 14 años me sacaron de casa echando sangre, mi madre se temía lo peor e incluso puso un crucifijo en la cama... Yo le dije que iba a volver.
Así hasta que se me olvide respirar. Hace dos o tres años también estuve en la cama sin poderme levantar; me monté el taller allí mismo con un atril. La cabeza y las manos las tenía bien; y contra el dolor hay que reírse. Si me duele, tengo que reír. Y opté por hacer dibujos y divertirme.
Tenía Juan Gorriti quinientos años y apareció Jorge Oteiza en su vida. ¿Qué supuso para usted aquel encuentro?
Imaginemos que la persona es una casa con ventanas. Si las ventanas están cerradas no se ve nada. Hace falta tener un ventanillo -aunque sea pequeño- para ver... Oteiza fue un ventanillo que se me abrió. Él me dijo, al comienzo de nuestra amistad, que yo no hacía muebles sino esculturas, y que les ponía puertas. Pasé muchos ratos al lado del fuego con él... Me hablaba de los encuentros. Le gustaba mucho el taller, le gustaba mucho el azul que yo empleaba. Él me abrió una ventana; yo desde aquella ventana vi lo que hago ahora.
Dicen que los vascos llevamos un escultor dentro...
Sí, llevamos un escultor, un árbol... Hasta conocer a Jorge Oteiza yo no sabía qué era la escultura. Todos comunicamos, cada uno lo hace con su materia: unos a través de la palabra, otros con las formas, otros con la fotografía... El fotógrafo, por ejemplo, es un escultor de la luz. Y el que canta está comunicando, ofrece una emoción, y también hace una obra de arte, Creemos que escultura es solo hacer formas, pero es la comunicación la que transmite las emociones. Todos tenemos un artista dentro desde que nacemos. Nacemos cantando [imita el lloro de un bebé] y con el placer de la teta de la madre. Nacemos escultores.
Instinto, sentimiento, razón, emoción... ¿Qué es el arte?
El arte es comunicarse con la vista y con la emoción; o sea, sentir. Si ves y sientes te comunicas. El arte es, ante todo, sentir. Recuerdo cuando fui a la exposición que me organizó en París Antxon Lafont; fuimos al centro Pompidou a ver alguna exposición y le dije: «Lo veo pero no lo siento». Pero cuando fuimos al taller de Brancusi... ¡aquello fue una emoción! Parecían encuentros que ya había vivido de niño, parecía el taller de mi abuelo, parecían las paredes que yo conocía... Por ello, lo primero es ver y sentir y luego comunicarse: unos con la música, otros con la palabra, otros con la forma... El arte es comunicar, el arte es emoción.
¿Qué cosas le emocionan en la vida?
Me emocionan muchas cosas; por ejemplo, tener capacidad de realizar, de dar forma a lo que pienso. Me emociona también ver a alguien que busca la libertad y la consigue. La libertad es emoción...
¿Queda en usted algo de aquel niño que hacía figuras en la pared del caserío?
Si no tuviéramos el niño dentro, no viviríamos con esta felicidad, con estas ganas de hacer cosas. A veces me miro al espejo y no me reconozco, dentro está ese niño de 5 años y te comunicas con él, pero también está el niño de 90. El niño no se marcha nunca; nace y se queda dentro de nosotros.
Habla del tiempo como creador de piezas hermosas. ¿El tiempo esculpe también de alguna manera a un pueblo? ¿Qué ha hecho de nosotros?
Esto: estamos. Aquí llevamos miles de años... ¿Qué pueblo en el mundo, después de este tiempo, se sigue llamando a sí mismo como lo hacemos nosotros? El tiempo nos dice que somos vascos. Es el sentimiento. Después de tanto tiempo seguimos aquí. Algo tendremos.
Somos como los árboles [escenifica la forma con los brazos abiertos]: los pies son las raíces y los brazos son las ramas con las que abrazamos a todo el mundo. El árbol nace en un sitio, pero su semilla la llevan los pájaros, el viento, el agua...
¿Cómo somos?
Hablan de razas pero para mí sólo hay una: la humana. Los vascos somos un pueblo unido a nuestras raíces y abrazados al mundo con nuestras ramas.
Miro sus esculturas, sus piezas, los materiales con los que están hechas... y «nos» veo, «nos» reconozco...
Eso es sentir, eso es saber leer. Todos llevamos algo de nuestros abuelos del pueblo en los genes...
¿El arte es una manera de expresar la identidad?
Es una manera de sentir. Yo me comunico mejor a través del color, de las formas, que de la palabra. Hemos nacido aquí pero abrazamos al mundo. ¿Acaso tienen fronteras los pájaros, el agua...? Somos vascos, navarros... ¡Qué más da! Somos un pueblo, los nombres los han puesto los que los han puesto. Los ríos, las montañas, los valles... hacen los pueblos.
Durante toda la entrevista ha estado realizando figuras, formas, con sus manos. Parecía estar modelando algo...
Al hablar hacemos encuentros. Con las manos o con las palabras hacemos encuentros que no se ven. Así aprendía de niño.
¿Es optimista usted respecto al cambio político que despunta en el país?
Si no fuera optimista no haría las cosas que hago. Somos optimistas. Siempre para adelante; y sin mirar para atrás. Si no fuéramos optimistas no estaríamos... La gran política es la que no tiene siglas.
¿Qué es para usted la libertad?
Si lo pudiera expresar con palabras... Libertad es lo que estoy haciendo ahora con el río: comunicarme. La libertad no se puede expresar con las palabras: es ver a un pájaro volar, es ver el río, es ver llover... Y cuando hay esas tormentas de verano, la libertad es ponerse en pantalón corto o en calzoncillos y tomar esa ducha natural. Libertad es también no tener timidez para poder captar los grandes festivales que da la naturaleza.