la vanguardia, Editorial, 2011/4/11
Las consultas
A lo largo de este tiempo, los organizadores habrán comprobado cuán compleja es la sociedad catalana. Por si hubiese alguna duda al respecto, el president de la Generalitat Artur Mas ha declarado, con motivo de los cien primeros de su gobierno, que bajo su actual mandato no se llevarán a cabo iniciativas institucionales que puedan provocar la división de la sociedad catalana. En paralelo, Mas ha expresado su simpatía con la iniciativa emitiendo un voto afirmativo como ha hecho el ex president Jordi Pujol, ex presidentes del Parlament, practicamente todos los miembros del govern o ex consellers del PSC como Antoni Castells. La Abadía de Motserrat rezó ayer sus preces dominicales para que «cada pueblo y nación puedan decidir libremente». Mientras, Duran Lleida, el líder de Unió, ha reflexionado en voz alta sobre los riesgos de fomentar un juego de ilusiones sobre la modificación de las fronteras interiores de la Unión Europea en un momento de crisis económica y de sobrevenida inestabilidad geopolítica en todo el norte de África.
Todo buen observador de la realidad catalana sabe que las consultas han gozado de un notable halo de simpatía popular en la medida que expresaban un sentimiento crítico que, con mil y un matices, es compartido por la mayoría de la sociedad catalana. Esta es la cuestión de fondo. Esta es la piedra angular: mientras en Catalunya se está afrontando con realismo, e incluso con crudeza, el impacto de la crisis en el Estado del Bienestar, el espectáculo político en el resto de España es francamente deplorable. Sigue habiendo hartazgo. Y las consultas, lo repetimos hoy, han sido un síntoma. El liderazgo político catalán no irá a la aventura, pero una sociedad plural tiene derecho a respirar. Con civismo, con inteligencia política y con respeto a una complejidad interna que nunca debe romperse. Así, sí.