«Aportamos nuestras vivencias fuera a quienes acaban de salir de prisión»
Este bilbaino (1952) fue detenido en 1987. Puesto en libertad el 4 de enero de 2008 tras casi 21 años en prisión, fue conducido a la cárcel luego el 6 de mayo en aplicación de la «doctrina Parot». Días después recobró la libertad. Hoy forma parte de Jaiki Hadi.
La «doctrina Parot» ha vuelto a ser actualidad con el caso de Antton Troitiño. Usted también quedó libre y fue obligado a volver a la cárcel. ¿Cómo asimila uno esa nueva condena cuando ha tocado ya con sus dedos la libertad?
Es de lo más duro. Cada uno, dentro, va haciéndose su coraza, aguantas, y cuando ves la fecha de salida en el papel es cuando empiezan los nervios, cuando inevitablemente empiezas a hacer planes de futuro... Entonces, de la noche a la mañana te comunican que tienes que volver y pasar cinco años más, o diez. Y claro, no es lo mismo el año 1 o el año 10 en la cárcel que el año 20 ó 25. Es un palo tremendo a nivel personal, salir de ese hueco y, de repente, pensar en cinco años más con ese régimen de vida. Cuesta mucho. Esto siempre me recuerda a cuando de niño veías a otro quemando a un escarabajo, y le decías: «Mátalo si quieres, pero no le hagas sufrir». El sufrimiento repetido es casi peor que la muerte. Eso demuestra un grado de maldad terrible, al margen de cualquier interés político que puedan tener. Y, encima tienes que oír que lo hacen considerando que está bien hacerlo, que lo hacen por una buena razón.
Luego está esa foto de salida de la cárcel tras una larga condena de años. Pero no sabemos nada de lo que sucede después, de cómo uno reconstruye su vida...
Es que `reconstruir' es imposible; tiras adelante. Porque la televisión, por ejemplo, te sirve para no perder, en mi caso, cómo ha ido cambiando Bilbao; cuando sales, el Guggenheim no es nuevo para ti porque lo has visto en la tele. Pero eso es sólo una parte de la realidad. Lo verdaderamente complicado es lo otro. Sales feliz, pero sales en una nube. Vuelves al pueblo, los omenaldis, te llevan de aquí para allá... pero, por decir algo que puede parecer una tontería, hasta se te hace muy difícil comprender a varias personas hablando a la vez, sobre todo para aquellos que hemos estado en régimen de aislamiento; oyes, pero no escuchas. Otra impresión tremenda para mí, para que la gente lo entienda, fue entrar en el Metro, metido bajo tierra con tanta gente... me agobiaba no poder salir de allí. O el lío que es aprender a usar tantas tarjetas de transporte y todo eso. Es una mezcla de felicidad, de tiempo perdido y a la vez de sentirte un niño.
Sin olvidar recomponer la vida familiar...
Es cierto. Y las experiencias se repiten cuando sales. Por eso nuestro papel aquí es decirles: «Yo también lo pasé y éste y ésta, y hemos salido adelante». Como cuando no aguantas a tu compañero o compañera. Porque allí dentro era una burbuja y fuera es otra cosa. Te quise mucho adentro, pero aquí... Es que en cuanto pasa el día de los ongi etorris, cada cual tiene su vida, tus amigos no son ya tu cuadrilla aquella porque ya tienen familia, no queda nadie de tu vida antigua...
Y a eso hay que sumar la necesidad de incorporarse al mercado laboral...
Es que nosotros allí, en el mejor de los casos, hemos conseguido una formación teórica, pero en la vida práctica y competitiva de la calle... no estás preparado. Encima, estás capacitado para hacer trabajos sencillos, un peón en la construcción, pero no de oficial... Y no digamos de gente que sale con problemas sicológicos...
De ahí la importancia de grupos de apoyo como el vuestro.
Nada más salir hay gestiones que hay que hacer, como carnets, apuntarte al paro, cobrar los 400 euros, apuntarte para pedir vivienda... ¡Gestiones para una persona que en veinte años sólo ha hecho instancias a la prisión! Por eso el grupo está para ese asesoramiento. Lo mismo que para ayudar en el tema de salud, porque la gente sale bastante descacharrada, con muchos problemas, por ejemplo, de dentadura, para lo que no hay cobertura. O necesidad de atención sicológica. Y en todo eso, a duras penas, intentamos aportar con la experiencia.
Otro tanto ocurre con el tema del trabajo. La `reinserción social' requiere de un puesto de trabajo, por eso tratamos de hacer valer contactos de amigos para buscar currelos o, dentro de las posibilidades, que la gente se recicle, haga cursillos... Y, encima, siempre tienes el miedo de la responsabilidad civil, por eso, como solemos decir, somos pobres de solemnidad; en la cuenta sólo tienes lo justo. J.V.