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CRíTICA teatro

Camisetas sudadas

Carlos GIL

La finca que la familia Dubois ha ido despiezando y vendiendo se llama “Bello sueño”, y en la decadencia que va mostrando la hija mayor, Blanche, en el desarrollo de la pieza nos confirma que ese sueño acabó en pesadilla. Como en todo Williams, lo social, el mensaje estructural, se residencia en lo personal, en los personajes, en cada gesto, en todas las circunstancias que van configurando una sicología que se socializa en manifestaciones extremas dentro de unas historias muy bien construidas y con unas situaciones teatralmente irreprochables.

En este caso vemos la decadencia de una familia bien a través de sus dos supervivientes, dos hermanas, la pequeña –que ha salido hace años y se ha casado y vive feliz con un obrero de origen polaco– y la mayor, profesora de literatura que se queda en la finca cuidando a los padres y demás familia y dándoles sepultura, hasta el desahucio hipotecario. Vemos el choque de las sobrevivientes con la realidad obrera, es decir, el choque de clases, en este caso con tintes de xenofobia, y con el maltrato de género como norma de comportamiento. Todos son elementos que están en plena vigencia en nuestra realidad.

En este montaje sorprende, por un lado, la escenografía tan aparentemente realista pero, a su vez, tan estilizada a base de unas filmaciones de fondo que contextualizan y dan tono de cine. Sobre esta propuesta formal, las interpretaciones deben ajustarse a ella, y es aquí donde vuelve a producirse lo que hemos llamado diglosia interpretativa. Vicky Peña interpreta al personaje protagonista con todo lujo de recursos, matizaciones y apurando el proceso evolutivo de Blanche, pero su calidad, su versatilidad, su inconmensurable capacidad para apropiarse de todos los segundos que permanece en escena no es correspondida en la misma intensidad por Roberto Álamo y su Stanley Kowalski, que creemos lucha contra la sombra de Urtain, perdiendo matices, dejando todo su personaje reducido a músculo, primitivismo, gritos y camisetas sudadas para cambiarse delante de su cuñada. Demasiado sobreactuado lo sentimos en la función presenciada.

Solamente encuentra Blanche-Vicky Peña, una correspondencia en el mismo lenguaje y frecuencia interpretativa con su hermana pequeña Stella, Ariadna Gil, delicadeza en su interpretación, medida los gestos, ecuánime en la expresión de sus sentimientos de sumisión, amor o conmiseración y con su aparente tabla de salvación vital, esa extraña relación amorosa muy interesada que establece con Mitch, que interpreta con rango de igual prestancia Álex Casanovas cuya escena de la borrachera es fantástica, con ambos actores creando esa química escénica tan difícil de encontrar. El resto del reparto está ajustado. La iluminación es preciosista, muy ilustrativa, y la dirección, con todo lo anteriormente dicho, parece evidente que está al servicio del texto y de los intérpretes. No hay ningún alarde, simplemente ordenamiento, desentrañamiento, búsqueda de una puesta en común con el equipo actoral. El resultado es de un nivel alto, muy convencional, muy canónico.

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