El momento actual del cine mexicano no puede ser más creativo, gracias a cineastas que compensan con talento la falta de medios. Michael Rowe, por su condición de extranjero, podría ser considerado como un nuevo Buñuel que ha sabido captar a fondo la idiosincrasia del país azteca. Pero su cine se acerca más al de Carlos Reygadas, por cuanto «Año bisiesto» tiene muchos puntos de contacto con «Batalla en el cielo». De nuevo el sexo y la muerte se superponen, sin dejar de lado la religiosidad con sus rituales surrealistas. Respecto a las comparaciones que se pretenden establecer con «El último tango en París», conviene aclarar que la película del australiano afincado en México es mucho más descarnada que la de Bertolucci, y que en su reparto no hay ninguna estrella mediática, así que sus fines son muy otros. Aquí, la figura femenina concentra el mayor protagonismo, muy por encima del papel complementario desempeñado por su amante.

“Año bisiesto” no sería posible sin la omnipresente Mónica del Carmen, que da un impresionante recital de compromiso interpretativo desnudándose sin complejos en una valiente creación de sicología inestable. Su físico resulta fundamental, al corresponder al de una mujer indígena, quedando perfectamente diferenciado en su tono oscuro y formas redondeadas de los estilizados modelos urbanos, también imperantes en D.F. De hecho, ella vive recluida en un apartamento desde que llegara a la capital procedente de su Oaxaca natal, sin mantener relación alguna con el exterior gracias a que trabaja en casa como colaboradora en prensa escrita. En su soledad espía a los vecinos y se masturba observando a la pareja del piso de al lado, llevando una vida frustrante que oculta a los suyos en las conversaciones telefónicas que mantiene a cada rato. La única liberación la encuentra en el sexo ocasional con desconocidos, pero su sentimiento de dolor la lleva a un sometimiento masoquista de consecuencias autodestructivas, siempre y cuando el destino no lo evite.