Las implicaciones de la muerte de Osama Bin Laden son múltiples y presentan interrogantes de difícil respuesta. Para EEUU han supuesto el exorcismo del diablo más odiado, quien les obligó a declarar una guerra contra el «terrorismo» de nefastas consecuencias. Una guerra global que, como en el juego de la rayuela, saltaba de continente en continente, haciendo de lo que en teoría debían ser «operaciones antiterroristas» se convirtiesen en invasiones, ocupaciones y guerras sin un final creíble. Creando divisiones maniqueas entre «el mundo libre» y «combatientes enemigos», fortaleciendo a los halcones de todos los bandos y sacrificando el sentido común en nombre de un orgullo herido, la «guerra contra el terror» se ha cobrado cientos de miles de vidas. Y todavía no ha terminado. Muerto Bin Laden, saciada la sed de venganza y pasado el mensaje al mundo de que «nadie puede atacar a EEUU impunemente», se deberían acabar las excusas para no poner fin a esa guerra desastrosa.

Bin Laden se escondía en un complejo de lujo, a escasos metros de la Academia Militar paquistaní, en un barrio donde vivían numerosos generales. La operación de Abbottabad desmintió el relato de una persona que saltaba de cueva en cueva y confirmó que Bin Laden gozaba de redes organizadas y cobertura al más alto nivel. Pakistán se enfrenta ahora a una prueba de fuego. EEUU exigirá cuentas por el «doble juego»y respuestas para incómodas preguntas y, a su vez, las milicias y los grupos armados intensificarán su presión contra un gobierno al que acusan de colaborar en una guerra que ya se ha cobrado más muertos que en Afganistán. Utilizar con Pakistán el fallido concepto del «estado fallido», usado como pretexto para «cazar» a militantes en Yemen o Somalia, no funcionará. Esa aproximación puede tensar y asfixiar -aún más- la inestable situación de Pakistán y de toda la región.

Si EEUU quiere negociar seriamente con los talibanes el final de la guerra en Afganistán, y por extensión la global «guerra contra el terror», Pakistán puede conseguir que eso ocurra. Pero también que ocurra todo lo contrario.