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Andoni Errazkin Beratzadi Estudiante de Arquitectura

Desde el porvenir al más allá

En la obra maestra del manga japonés «Akira», la Señora Miyako le dice a Tetsuo: «Cuando llegues a superar tu propia debilidad, el poder llegará a ti con entera libertad». Katsuhiro Otomo, mediante la Señora Miyako, nos insinúa el antiguo proceder de la sabiduría oriental: «el hacer mediante el no hacer». Así, al recordar las sabias palabras del discípulo actual de Hokusai, pienso en los escritos de Lao Zi y de Kong Fuzi. Dos pensadores de una misma época y un mismo país, que aún siendo antagónicos en su reciprocidad, forman juntos un todo creador, como si desde la permanencia de los opuestos se formase la vida.

Como en los mejores dramas de Kalidasa el flujo de la energía vital se accidenta, se encuentra o se transforma. Los amores acaparados, las amistades traicionadas o los engaños venales suelen ser los obstáculos imprescindibles para aquellas personas que evolucionan. Sidarta Gautama dijo que la vida es sufrimiento, y que lo hemos de superar. ¿Pero cómo? Pues, celebrando la mismísima vida. Algunos forman parte de la corriente, otros van en contra de la corriente, y hay quien ha conseguido convertirse en ella.

La humanidad es de una miopía lamentable, camina pesarosa, con la vista baja, fija en sus pies; sólo cuando tiene miedo vuelve su atención hacia el mundo, y entonces se apresura a vender su alma a la primera deidad que le ofrezca una mínima esperanza. En realidad todos somos parte del flujo de una misma corriente, ni siquiera los científicos llegan a entender los valores que manejan. Tiempo, espacio o energía. Los artistas no son capaces de liberarse de esos millones de años de evolución humana, orgánica y cósmica. Pero, aún así, la corriente sigue fluyendo ante nosotros.

Bruce Lee, el último gran maestro de las artes marciales, nos dice: «Vacía tu mente, sé informe, amorfo; como el agua. Ahora, pones agua en una copa, y se hace copa, pones agua en una botella, y se hace botella, lo pones en una taza de té, y se hace taza de té. Ahora, el agua puede fluir o puede chocar. Sé agua, mi amigo».

Hay quien sueña con la República de la Tierra, y la abolición del sufrimiento de toda forma vital. También hay quien sueña con la República de Navarra, y la abolición del colonialismo y el lingüicidio. Creo que es lícito soñar, porque la imaginación nos ha llevado a crear la cultura y la civilización que son las producciones más complejas de la vida en la Tierra. Imaginar mundos, que ahora no existen, posibilita su creación. Por ejemplo, imaginar la utopía de la República de la Tierra, con su ciudadanía y su renta básica, posibilita la abolición de la desnutrición, el analfabetismo y la prostitución. Estas tres epidemias son los mayores azotes que padece la humanidad, generadoras de soledad, división y guerra. Sólo el hecho de imaginar una humanidad unida, alegre y pacífica nos da vértigo. ¿Qué podría aportar la República de Navarra en esa utópica República de la Tierra?

Estaba charlando con una mujer, bien entrada en sus años, con sus bien llevadas arrugas y su recogido pelo canoso, y tuve la osadía de preguntarle a ver qué le parecía el hecho de reproducir mediante una ucronía la historia del Estado de Navarra si no hubiese sido ni invadido, ni ocupado, ni conquistado. Ella me dijo que fuese al grano, porque tenía que hacer las compras y algún que otro recado. Inasequible al desaliento, tenía como para una conferencia, y es difícil hacer de una conferencia un soneto.

Hablamos sobre la muy navarra reina Margarita y de su vocación artística. Ella fue una catalizadora para las gentes más sensibles de Navarra y Francia, predecesora de personalidades de la talla de la muy francesa Jeanne Antoinette Poisson, conocida como la Marquesa de Pompadour, o la muy inglesa Ottoline Morrell. Así, la hija de la reina Margarita, la muy navarra reina Juana IIIª, fue la que propició la traducción del Nuevo Testamento protestante, que se tiene como fundación del vascuence unificado; y el nieto de la reina Margarita, el muy navarro rey Enrique IIIº, fue el que produjo el Edicto de Nantes, que suscitó bien la apertura a la libertad de creencia, bien el primer testimonio de nuestra Unión Europea. Por consiguiente, la reina Margarita fue impulsora del navarrismo, conocido como renacimiento a la navarra.

Es muy probable que William Shakespeare hubiera sido partícipe del navarrismo, y que hubiera residido en la corte del Palacio Real del Reino de Navarra antes de escribir y publicar la comedia «Trabajos de Amores Perdidos» (1592-94). Es, también, muy probable que detrás de la figura del actor principal Fernando, Rey de Navarra, esté el navarro rey Enrique IIIº. ¿Qué dice el gran dramaturgo en boca de Fernando, Rey de Navarra? «Nuestro último edicto permanecerá poderosamente en vigor/ Navarra será la maravilla del mundo/ Nuestra corte será una pequeña Academia,/ Tranquila y contemplativa en el arte del vivir». Todas las escenas suceden en el Parque Real de la capital del Reino de Navarra, Parque Real en el que, quizás, Shakespeare hubiera aprendido algunas palabras del vascuence, si no hasta la mismísima lengua.

A ella le dije esto y lo otro, que si la ucrónica Primera República del Estado Vascón de Navarra de 1795, que si la neutralidad de la ucrónica Tercera República del Estado Vascón de Navarra en la Segunda Guerra Mundial. O, simplemente, pensar qué hubiera sido de nuestros ancestros y de nuestra memoria en esta bellísima ucronía. ¿Habría llegado a ser Juan Crisóstomo de Arriaga, si hubiese vivido toda una vida, el heredero meritorio de Wolfgang Amadeus Mozart? ¿Qué hubiera sido de la literatura vascona si, desde el Renacimiento y en toda la Modernia, el vascuence hubiera tenido la oportunidad de desarrollar a su medida todo un sistema académico de todo un Estado? Nuestras vidas hubieran sido diferentes, esa es la verdad.

Hoy tenemos dificultades para dejar en paz a los músicos de Musikene. Este proyecto inusitado y paradigmático, que desarrolla la música en su más alta libertad, fue organizado por personalidades afines a la sociología del PNV, y ahora que tenemos a la sociología colonialista en el poder del gobierno de la Comunidad Autónoma Vasca (CAV) se pretende la involución en áreas como la investigación, el desarrollo y la innovación. Este proyecto, que es bien visto por la sociología del PNB en el Departamento de los Pirineos Atlánticos (DPA) y de UPN de la Comunidad Foral de Navarra (CFN), forma parte de la ética, estética y razón de esa utópica y ucrónica Primera República del Estado Vascón, que sería confederado por el DPA y la CFN o la CAV. Si el Estado Vascón de Navarra, nutrida enteramente mediante el vascuence, la lengua nacional, no sirve como instrumento dedicado al desarrollo humanista, no merece la pena. El Estado Vascón es el dedo índice que señala la luna, y no la mismísima luna.

Si las siete virtudes capitales aparecen al cesar los siete pecados capitales, los sentidos y la mente vuelven a su bienestar al protegernos de las diversas poluciones sensoriales y mentales. Esto mismo sucederá el día después del Día de la Independencia, porque el vascuence crecerá y florecerá como si se tratase del mismísimo Árbol de la Vida. Sería deseable, y es anhelado, que la República fuese, aunque sea en un pequeño oasis, un lugar donde las musas y los poetas crean todo un rico entramado de significados y sensibilidades.

En la Segunda Guerra Mundial hubo un piloto de aviación que destacó de entre todos los demás: Chuck Yeager. Alrededor de octubre de 1947, bajo un proyecto secreto, rompió la barrera del sonido.

En la ficción de la «Guerra de las Galaxias» Luke Sky Walker, traducido como «Suerte Caminante de los Cielos», tiene una sola oportunidad para dar con el orificio mediante el cual poder destruir la Estrella de la Muerte. Una sola oportunidad, y que la fuerza le acompañe. El arcaico código de los guerreros de las galaxias es el siguiente: «No hay emoción, hay paz; no hay ignorancia, hay sabiduría; no hay pasión, hay serenidad; no hay caos, hay armonía; no hay muerte, hay fuerza».

Chuck Yeager, desde los océanos celestes, nos dice: «En medio de un cielo salvaje supe que había nacido para el combate aéreo. Es casi imposible explicar la sensación: era casi como si yo fuera una unidad con aquel Mustang, una extensión de aquel maldito acelerador. Estaba tan conectado a aquel avión que lo pilotaba al límite de sus capacidades. Sentía el motor en los huesos, lo notaba traquetear al entrar en pérdida, al alcanzar el máximo nivel de maniobrabilidad. Todo lo logro mayoritariamente con un vuelo instintivo: conoces a tu caballo. Ni se te ocurra pensar en virar. Limítate a girar la cabeza o el cuerpo y deja que el avión siga el movimiento. Cuando fijes el blanco, vuela con la bala a su posición».

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