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La debacle de DSK y el debate sucesorio en el FMI

El ya ex director general del FMI, Dominique Strauss-Kahn, anunció ayer su renuncia con «infinita tristeza» e indicó que emplearía toda «su devoción, fuerza, tiempo y energía» en probar su inocencia ante las acusaciones de actos criminales sexuales que pesan sobre él, como intento de violación, abuso sexual y privación ilegítima de libertad y tocamientos forzosos. La noticia no supuso sorpresa alguna. DSK está amortizado y en caída libre. Sin embargo, su debacle sirve de combustible para avivar el debate sucesorio en el FMI.

El tradicional «cambio de cromos» entre EEUU y Europa, que permitía que ambos se repartiesen la dirección del Banco Mundial y el FMI, ha sido la norma no escrita que ha regido ambas instituciones desde su creación en Breton Woods, en 1944, en plena era de la posguerra. Los tiempos han cambiado y los potencias emergentes como China, India, Sudáfrica o Brasil que sostienen en buena medida la economía global exigen representatividad al más alto nivel. A falta de un proceso de elección abierto, basado en el mérito, la transparencia y la equidad, la Unión Europea hace piña para mantener su puesto y el status quo. El FMI quizás pueda ayudar a estabilizar la moneda común europea y a pavimentar institucional y financieramente la transición de un mundo occidental a otro multipolar. Pero no si su director es por regla y privilegio un «juguete» europeo.

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