Jon Maia Bertsolari
Bildu y la teoría del mar
Pensando en todo lo que somos, sólo se me ocurre que somos un mar. Y el mar, la mar, es algo más que la suma de los ríos: somos un espacio infinito, imparable
Parece que las cosas están cambiando. Es este un cambio, un proceso, histórico pero íntimo a la vez, puesto que siendo historia de nuestra tierra, es para muchos de nosotros, la historia de nuestra vida. Cada uno de nosotros, cada gota, como una lluvia cuyo origen se pierde en los tiempos, hemos ido formando este mar que nos representa, esta coalición de fuerzas que da una nueva forma a lo que somos, este mar al que ahora llamaremos Bildu. Porque esto no se para con ilegalizaciones, con listas negras, con alambradas. Bildu, representa en cierto modo lo que siempre hemos sido y quisimos ser. ¿Qué? Es difícil definirlo, porque sería como tratar de definir miles de formas durante otros tantos años. Porque ahora se llama Bildu, pero el nombre es lo de menos. Porque esto que está cambiando, esto que somos ahora, viene de mucho antes y va mucho mas allá de unas simples elecciones. Representa en sí, una fuerza, un alma de supervivencia milenaria, un espíritu de lucha que nos llega en herencia, un sentimiento que perdura a través de los tiempos y de las guerras, de las causas ajenas y las propias carencias.
Bildu, Sortu y todo lo que viene, es el comienzo histórico de una nueva era. Tenemos plena conciencia de ello. Y, al mismo tiempo, es también el final de otra. De la triste y larga historia de dos estados que no han podido con un sentimiento. Bildu representa a ríos encontrados en busca del mar. Ríos que labran su cauce, cada cual por vías más o menos rocosas, a veces subterráneas, otras equivocadas, a menudo contrapuestas, llegando incluso a ser corrientes que chocan. Ríos que van perdiendo o aumentando caudal según avanzan por territorios desfavorables, pero que al final se encuentran, porque todos los ríos, al fin y al cabo, buscan la libertad.
Esto que esta pasando, este avance histórico, es un sentimiento colectivo a la par que personal. Un antes y un después en la vida de este país y de muchas, muchas vidas, y demasiadas muertes.
¿De dónde vengo yo?, ¿cuándo me sumé al cauce milenario? Recuerdo a mucha gente. Me acuerdo de mis padres, que me llevaron a aquella Marcha por la Libertad y a otras muchas más. Recuerdo las manifestaciones en mi infancia, el miedo a la Policía. Buscando las razones de mi forma de ser, acuden a la memoria mis abuelos, Pedro Senen Ismael Soria y María Luisa Valderrama, padres emigrantes de un hijo prófugo. Recuerdo con lágrimas en los ojos el penúltimo día de la abuela, hace tres años, cómo deliraba y decía que ya está aquí, ha venido de la cárcel, Tente ha estado en casa... Nuestra pobre abuelita María Luisa... Pues sí, abuela, Tente ha vuelto, por fin, después de toda una vida, la suya y toda una muerte, la tuya. Y nada más llegar, ha ido a llevarte flores, como penúltimo capítulo de Riomundo. Y así, ¡cuántas madres más se nos han ido!
Recuerdo tantos días de dolor, tantas marchas fúnebres y tantas despedidas en las que he cantado con la angustia encogiéndome el estómago! Aguantando la lágrima, cerrando los puños, como queriendo contener el mar interior. Y, sin embargo, ¿qué es lo que me ha mantenido en el lugar en el que estoy hasta este día? El orgullo de lo que somos, el formar parte de un sentimiento que supera mi propia existencia y justifica mi paso por la vida. Aun así, como fuera de lugar, fuera de tiempo, como han venido durante toda la vida, todavía vienen a llevarnos con cetmes y unidades de élite de alta represión. Ellos llegan tarde y armados a la cita con la paz.
Nunca, ni siquiera la primera vez, vinieron con la palabra y la mano tendida. Y no siendo conscientes de nuestras infinitas transformaciones, las quemaban en hogueras por rezar a otras fuerzas de la naturaleza en euskara; nos bombardearon y mataron a cientos un día de feria en Gernika; te llevaron esposado, pero, ¿y el pensamiento que susurraste aquella noche a la persona que más confió en ti, también se lo llevaron? ¿Pensarán acaso todavía que es posible meter entre rejas a miles de canciones? ¿Y el último beso antes de ir a dormir que le dio su hija en la cama? ¿Se creen capaces de precintarlo? Aquella maravillosa mañana en la que nos conocimos, ¿la tendrán también encarcelada en alguna parte del cielo?
Y me pregunto, ¿de verdad habrán sido capaces de pensar todos estos años que iban a evitar que mañana amanezca por millonésima vez ese sentimiento en cualquiera de sus infinitas formas? Como por ejemplo, ahora, Bildu.
Nos convertimos en montes, porque los andamos; somos lengua porque la hablamos; nos transformamos en piedras que tiramos; bertsos que cantamos y se transmiten en la memoria; cuentos que contamos de generación en generación; documentales, dibujos, historias que escribimos; miradas que com- partimos; besos y abrazos; abrazos que nos han unido más allá de lo que pueden abarcar dos brazos. ¿Acaso creyeron algún día de verdad que jodiéndonos a las personas conseguirían parar los montes, el idioma, las piedras, los bertsos, los besos y los abrazos, las historias y los cuentos que somos y que ya circulan inexorablemente en los tiempos de los tiempos?
De nuestras manos surgieron castillos de piedra que luego defendimos, chabolas de madera en las cuales formamos familias, instrumentos de música que crearon millones de melodías, tierras labradas de las que comer, bosques que se convirtieron en barcos, barcos que nos llevaron a nuevos mundos, emigrantes que vienen de allí, enraízan aquí y dan continuidad a todo esto que viene de mas allá, y que ahora es Bildu.
Nos vemos en el «Guernica» de Picasso: Un pueblo bombardeado, que se levanta y transforma en nuevos seres y nuevas formas. Así hemos sobrevivido, nosotros y nuestro idioma, a invasiones, incursiones y agresiones durante los siglos. Enemigos e imperios que han sido capaces de borrar del mapa a culturas y civilizaciones al otro lado de los océanos, no han sido capaces de lograrlo con este pequeño pueblo que sobrevive preso en sus fronteras. Por algo será.
¿Acaso alguien creía de veras que podían acabar con esa multiplicación infinita de lo que somos? ¿Creían que se podía ilegalizar y liquidar esta milenaria civilización invisible de sentimientos y luchas, este andamiaje secular de ideas, sueños y proyectos que ha construido lo que somos ahora como pueblo? Creían que sí. Pero ellos, ante todas nuestras formas, sólo inventaron cárceles, fusilamientos, detenciones e ilegalizaciones. Se quedaron cortos, muy cortos. Este domingo, otra vez, a eso de las ocho de la tarde, podrán constatar su centenario fracaso. Dicho sea de paso, el cual ni siquiera ilegalizando también Bildu podrían haber evitado.
Nosotros seguiríamos. Sin dejar de lado ni a nada ni a nadie, porque todos formamos el sentimiento que nos ha multiplicado y nos ha mantenido libres durante décadas. Desde los que más dieron hasta los que aún no han dado nada. Los que dan poco y los que lo dieron todo. Más allá de negaciones puntuales, de salidas de cauce, de líderes que vienen y van, que quieren y no pueden, que hablan y no hacen... todos los que tenemos el objetivo común de ser cultura, ser pueblo, digo, tener derechos colectivos e individuales, todos formamos lo que ahora somos, en una forma sin aristas que se adapta a su entorno y continúa su cauce. Incluso quienes van ahora por cuenta propia, creyendo coger atajos, recorriendo caminos menos pedregosos que el nuestro, terminarán uniéndose al cauce principal. Porque, pronto, se darán cuenta de que el mar es el único destino común posible.
Es el momento de sentirnos orgullosos de lo logrado y de donde estamos. Y ahora que hemos entrado en el siglo de las naciones con Irlanda, con Escocia, con todas nuestras oportunidades vigentes, pasamos página y cambiamos de camino, no de dirección. Cambiamos de forma y nos adecuamos. Resistir deja de ser vencer, vamos a lo siguiente. Y es que, pensando en todo lo que somos, sólo se me ocurre que somos un mar. Y el mar, la mar, es algo más que la suma de todos los ríos: somos un espacio infinito, siempre igual y siempre nuevo, que une, multiforme, imparable, transformador de su entorno y dueño de su horizonte, que es esa última línea a la cual miramos siempre de frente y donde mañana, un día más, amanecerá nuestro destino, la libertad.