Alejandro Nadal Doctor en Economía
Desempleo, regalo para corporaciones
En 2010, el pago de sueldos y salarios realizado por empresas a los trabajadores apenas alcanzó el 42 por ciento del ingreso personal en Estados Unidos, una cifra récord. La pauperización de la clase trabajadora es ya un rasgo estructural de la economía estadunidense
El incremento del desempleo está asociado a una caída en la demanda efectiva y constituye un obstáculo para que una economía y sus empresas puedan recuperarse. Sin embargo, en Estados Unidos la fase actual de la «recuperación» ha funcionado de maneras extrañas. En esa economía el desempleo ha permitido aumentar la productividad y, con ello, las ganancias. El desempleo ha sido algo así como un regalo para las grandes corporaciones. Eso puede sorprender, pero los datos no mienten.
La crisis global trajo consigo una dramática elevación del desempleo. Por supuesto que los países europeos fueron golpeados por la desocupación, pero según datos de la OCDE más de la mitad de los empleos perdidos entre 2007-2010 en las 31 economías más importantes del mundo se destruyeron en Estados Unidos. Esta disminución en el empleo está fuera de proporción con la caída en el producto en esa economía. Los datos demuestran que el PIB en Estados Unidos declinó menos que para ese grupo de países entre 2008 y 2010.
¿Cómo es esto posible? La respuesta es reveladora de la dinámica interna de las economías capitalistas.
Durante los últimos tres decenios se impuso en Estados Unidos un régimen de flexibilidad en el mercado laboral. La protección de los derechos laborales, tanto en el caso de contratos temporales o permanentes, se eliminó gradual e inexorablemente. Frente a sus colegas europeos, el capitalismo estadunidense pudo vanagloriarse durante años de que el desempleo se había reducido porque se había establecido un régimen en el cual era fácil «contratar y despedir». Claro, mientras duraron los espejismos de las burbujas (en especial en los últimos diez años), los trabajadores sobrellevaron las cosas y se endeudaron cada vez más.
La presión sobre la fuerza de trabajo también se mantuvo con el traslado de empleos hacia el exterior, en ese gigantesco proceso de subcontratación internacional de la llamada «globalización». Pero aún ese mecanismo no pudo reducir más de 30 por ciento el número de empleos en Estados Unidos. En la actualidad, las empresas trasnacionales todavía emplean dos terceras partes de su mano de obra en Estados Unidos (aproximadamente 21.2 millones de un total de 31.2 millones de trabajadores según un estudio de Martin Sullivan). Por ese motivo la ofensiva en contra de los trabajadores se intensifica en Estados Unidos.
Cuando estalló la crisis, las empresas estadunidenses pudieron recortar costos laborales más fácilmente que sus contrapartes del otro lado del Atlántico o de Japón. La flexibilidad en el mercado laboral permitió encontrar poca resistencia para recortar costos y recuperar los márgenes de ganancia. Por eso Estados Unidos tiene hoy una de las peores tasas de desempleo abierto en el mundo desarrollado. Y si contabilizamos el desempleo disfrazado (personas que abandonaron la búsqueda de un empleo o personas ocupadas en empleos de tiempo parcial que buscan uno de tiempo completo), la tasa de desocupación se dispara a niveles de una depresión.
Hoy la creación de empleos sigue siendo débil y no compensa los nuevos trabajadores que entran al mercado laboral cada año. A ese ritmo de creación de empleo, los niveles de desempleo que existían antes de la crisis (5 por ciento en 2007) apenas se van a recuperar en 2031.
Además, cerca de 27 por ciento de los empleos que se crearon en 2010 fueron temporales. La gran mayoría del resto de los nuevos puestos de trabajo generados por el sector privado son mal remunerados y sin prestaciones, casi todos en el sector servicios. El desastre en el mercado laboral de la economía estadunidense ha estado marcado por despidos y una fuerte contracción salarial. En 2010, el pago de sueldos y salarios realizado por empresas a los trabajadores apenas alcanzó el 42 por ciento del ingreso personal en Estados Unidos, una cifra récord. La pauperización de la clase trabajadora es ya un rasgo estructural de la economía estadunidense.
El recorte laboral generó aumentos de productividad (menos personas producen la misma cantidad de bienes) y eso se tradujo en un incremento importante en las ganancias en 2008-2009. Aunque éstas sufrieron una modesta contracción en el primer trimestre de 2011, los datos revelan que las ganancias de las corporaciones constituyen alrededor de 11 por ciento del ingreso nacional. Mientras la inversión en activos fijos productivos se estancó, las grandes corporaciones en Estados Unidos vieron crecer su flujo de efectivo. En el sector no financiero ese mejoramiento del flujo de liquidez disponible permitió dirigir más recursos a la recompra de acciones, nuevas inversiones en el mercado accionario y a las fusiones y adquisiciones de empresas (rasgo típico de las crisis capitalistas).
Además, las tesorerías de las principales trasnacionales estadunidenses están ahogadas en liquidez, lo que les ha permitido aumentar sus inversiones en cartera en los llamados países emergentes.
Todo esto es insostenible. Lo grave es que la recaída de la economía estadunidense tendrá graves repercusiones sobre el capitalismo mundial.
© La Jornada