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Zaloa Basabe, Ainhoa Güemes | Activistas feministas

No somos un problema, somos un peligro

Parece un día cualquiera, pero no lo es, estamos afectadas por el impulso afirmativo que nos une, porque ya no nos cabe la menor duda, Euskal Herria será libre o no será. Porque la revolución será feminista o no será. Porque el deseo que nos ha unido avanza indomable hacia una luz vital y regeneradora. Porque el túnel ha sido jodidamente largo y tenebroso, maldito túnel del terror.

Por todas estas razones, esta mañana nos hemos sentado a escribir, desde Iruñea, y desde un café de un barrio de Madrid, conectadas a la red. Al mirar a la calle vemos que de los balcones de Casablanca, Centro Social Okupado y Autogestionado, cuelga una pancarta: Casa del Madrid rebelde, del otro Madrid. A ese otro Madrid hoy felizmente soleado, rebelde, feminista, y en resistencia; a esa ciudad amada, queer y espléndida, queremos mostrarle nuestra solidaridad. Porque los pueblos y las comunidades del mundo serán hermanos y hermanas cómplices en la adversidad y en la diversidad o no serán. Porque como ha manifestado emocionada Almudena Grandes, «Madrid, amor mío, ¡cuánto has tardado en despertarte! Siempre con el agua al cuello, pareces dormida, casi muerta, y nadie da un céntimo por ti, entonces, solo entonces, te acuerdas de quién eres. No lo olvides, Madrid, y no vuelvas a dormir, porque estás mucho más guapa despierta».

A lo largo del proceso de construcción, resistencia y resolución, ocurre que a veces no sabemos medir nuestras fuerzas, no somos del todo conscientes de lo que hemos hecho, de lo que podemos llegar a hacer. Después de siglos de negación no es fácil confiar siempre en nuestras potencialidades. A veces mensurables y otras inconmensurables, buscamos reconocimiento a uno y otro lado, entre camaradas, entre compañeras y se nos olvida buscarlo en el único sitio donde, al encontrarlo nos hacemos fuertes: en nosotras mismas. Cuando pedimos reconocimiento no hacemos sino esperar aprobación. Aprobación para que nos autoricen, para hacer, para transformar, para ser.

El feminismo ha ido ganando espacios sin pedir permiso. Cuando nos cerraron puertas las abrimos a patadas o entramos por las ventanas. Nunca más estaremos fuera. No es tiempo ahora de que nos echen, ni de nuestros puestos de trabajo, ni de las calles, ni por supuesto de las plazas. Cuando en la plaza madrileña de Sol arrancaron la pancarta que decía «La revolución será feminista» quienes lo hicieron no nos querían únicamente fuera de una plaza cuya incidencia en la transformación política está por ver, si no que nos intentaban expulsar de un debate, de un momento, de una reflexión política inicialmente inspirada en un cuestionamiento profundo del actual sistema.

Y es que nada es casual. El mismo problema, el mismo peligro han visto en otras plazas del Estado, también en la Plaza del Castillo, en Iruñea. Quien quiera ver en este suceso una anécdota puntual y no el resultado de una historia muy larga, seguramente no tendrá en cuenta una de las relaciones de dominación que más han sometido a una grandísima parte de la población: el patriarcado heteronormativo; ese gran enemigo con el que hubiéramos podido acabar de tenerlo enfrente, pero que lamentablemente está en todos lados: al otro lado, en este mismo e incluso dentro de cada una de nosotras. Es tan integral el concepto de revolución, de transformación, que las feministas propugnamos, que nadie queda exento.

Lo podemos llamar sincretismo, lo podemos llamar como queramos, pero es algo a lo que debemos enfrentarnos como a cualquier otro de los mecanismos de opresión que tantas otras veces hemos señalado. La cuestión no consiste solo en definir el lugar al que vamos, identificar los obstáculos que nos vamos a encontrar y explorar las vías y estrategias para enfrentarlos. Debemos saber con quién hacemos todo el trayecto, cuáles son los potenciales, los poderes transformadores con los que vamos modificando la realidad.

¿De verdad quieren hacerlo sin nosotras?, ¿somos un problema para su marcha?, ¿o somos un peligro para el actual sistema que reproducen con acciones puntuales y no tan puntuales?, ¿es el feminismo una amenaza para la revolución?, ¿para qué revolución?, ¿quién quiere una revolución que vuelva a dejarnos fuera?, ¿y si decidimos que no nos vamos a quedar fuera?, ¿somos un problema o un peligro?

Somos un problema para quienes ven en la igualdad una amenaza a sus privilegios, para quienes necesitan invisibilizar una situación de dominación para poder seguir ejerciéndola. Un peligro para quienes no quieren ir más allá en su discurso, para quienes piensan que el problema son «los otros», para quienes creen tener superados roles, estereotipos, quienes asumen el espejismo de la igualdad, ese gran instrumento del que el sistema se ha dotado para neutralizar los postulados feministas en esta Europa del siglo XXI. Seguimos siendo incómodas para quienes excusándose en un pretendido consenso de mínimos, minimizan la opresión de una gran parte de la población, la que afecta a sus madres, a sus amigas, a sus novias, a sus hijas, a ellas mismas. El que iba a ser un espacio de debate y de reflexión ha encontrado en las comisiones feministas una exposición de sus propias contradicciones, de nuestras propias contradicciones.

En este sentido, la Comisión de Feminismos de Sol se ha visto expuesta a lidiar con todo tipo de situaciones violentas y desagradables. Según han declarado, se han dado agresiones sexuales, sexistas y homófobas en el campamento: intimidaciones sexuales, tocamientos, desautorización y abusos de poder; insultos y agresiones físicas, contactos sexuales -y no sexuales- no consentidos, y actitudes paternalistas. Desgraciadamente, no parece haber conciencia común de que solucionarlas (reparar las agresiones ocurridas e impedir que ocurran otras) es responsabilidad de todas y todos, y una tarea política fundamental.

¿Y ahora qué? Ahora que hemos expuesto nuestros motivos, que hemos bajado a las plazas con nuestros talleres, que hemos sido agredidas, que hemos participado en los debates y en las asambleas y nos hemos dado un tortazo contra el asfalto que sigue siendo igual de duro a pesar de sus flores y sus colchonetas, ¿qué vamos a hacer? Pues ni plegarnos a mínimos ni replegarnos a nuestras casas. Las calles también son nuestras, son nuestro espacio de trabajo, de lucha y de ocio. Llevamos un largo recorrido, lo sucedido en estos últimos días ha sido la constatación de que aún queda mucho trabajo por hacer, y las puertas siempre estarán abiertas para quien quiera trabajar por la transformación social. Las puertas cerradas tampoco serán un problema. Porque guste o no, ya no hay vuelta atrás. El feminismo vino para quedarse. Las feministas no nos vamos.

No, no nos vamos, seguimos en constante movimiento, dispuestas a transformar el mundo. Y para concluir estas reflexiones queremos aportar un punto de vista más general sobre los acontecimientos que vienen sucediendo. Las cosas suceden con rapidez, la información se está administrando y distribuyendo como en una especie de economía o mecánica de los fluidos. Nos referimos a la distribución de recursos en la que la información fluye de un cuerpo a otro, de unas manos a otras, ¿a qué velocidad?, ¿en qué medios?, ¿contra qué resistencias?

Como explicaría Luce Irigaray, se está difundiendo según modalidades poco compatibles con los cuadros de lo simbólico que constituye la ley, lo que no deja de ocasionar algunas turbulencias, y hasta algunos torbellinos, que al sistema opresor le conviene volver a limitar mediante principios-paredes-sólidos, con el fin de evitar que se extiendan al infinito. Hemos provocado transgresiones y confusiones de fronteras, no olvidemos que hay quienes quisieran volver a reconducirlo todo al «buen orden».

Ciertamente, la emergencia de flujos liberadores es inadmisible para un sistema anclado en sustancias y soluciones categóricas, excluyentes y absolutas. Se están trazando líneas de fuga inadmisibles para un aparato teleológico de reabsorción de lo fluido en una forma final y consistente, es decir, en una forma-cuerpo controlable para una finalidad transcendental dominante. El aparato está perdiendo su brillo, está roñoso. Como diría Beatriz Preciado, «frente a la arqueología freudiana del yo, emerge un nuevo sujeto hormonal, electroquímico, mediático y ultra-conectado». No cabe duda, somos un peligro.

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