Mikel INSAUSTI

Ya era hora de que el cine de acción violenta recuperara su verdadera personalidad, la más pegada a la realidad de la brutalidad policial y de la delincuencia extrema. En “Blitz” no hay tiroteos, tampoco hay explosiones, ni tan siquiera se ha malgastado un euro en aparatosas persecuciones automovilísticas resueltas mediante efectos digitales de última generación. Lo que vemos son peleas callejeras cuerpo a cuerpo y, cuando alguien persigue a alguien lo hace a la carrera, porque todo es físico en una película que pone a prueba la resistencia del elemento humano para sobrevivir en los ambientes urbanos más degradados.

Aunque Guy Ritchie fue quien descubrió a un nuevo tipo duro en Jason Statham, nunca antes el actor había participado en un thriller tan demoledor e interpretando a un policía tan políticamente incorrecto. Menos aún ha podido sentirse parte de un reparto inglés tan sólido, contando como compañero de investigación con un Paddy Considine que borda el papel de agente homosexual relegado a la comisaría más conflictiva del sureste de Londres, en Brixton.

Son personajes creados por el novelista Ken Bruen, de quien se adapta el cuarto de los libros dedicados al pendenciero Brant, a quien en esta ocasión le toca resolver el mediático caso de un sádico asesino de policías, con todas las connotaciones personales que conlleva el verse directamente implicado.

La figura antagónica del retorcido criminal permite a Aidan Gillen hacer una creación antológica, inspirada en la que John Lydon (el Johnny Rotten de Sex Pistols) hizo en la película de culto “Copkiller”, dirigida por Roberto Faenza en 1983. Pero Bruen no sólo es un retratista masculino, ya que sus descripciones de las mujeres policías son todavía más complejas si cabe, en especial la de la interpretada por la afroeuropea Zawe Ashton, que añade a la trama la dificultad para diferenciar entre los dos lados de la ley por parte de quienes conviven a diario con el comercio y el consumo de sustancias adictivas.