La noticia llega a través de internet: Donostia, elegida Capital Europea de la Cultura en el 2016. A continuación me invade la impresión de que los truenos de la ira y, sobre todo, de la envidia política del nacionalismo español se han desatado, sin disimulo, en un ridículo lamentable, propio de la mediocridad vengativa del quiero y no puedo. Las declaraciones del alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Beloch, y de Rosa Aguilar, exalcaldesa de Córdoba por IU y hoy Ministra de Medio Ambiente en el gobierno de PSOE, al margen de demostrar su resentimiento y fracaso por el triunfo electoral de Bildu, han delatado la falta de elegancia social y el no saber estar de esa clase política que hace tiempo perdió la ética ideológica y, hoy, milita en la vulgaridad y sólo sabe engordar a la sombra de los cargos institucionales. En algún momento de mi vida me enseñaron que la educación en las relaciones humanas ayuda a la amabilidad de convivir; que forma parte de la Cultura y también de la política. Y no me refiero al rígido protocolo de los actos institucionales, sino al principio de respeto al pueblo que ha votado y a la adversaria que ha ganado o perdido. Esta semana, el alcalde de Donostia ha marcado muy bien la diferencia entre la cortesía y la grosería de la prepotencia, al reconocer el buen trabajo de la corporación anterior en el proyecto ganador y al defender la idea de que llevarlo a cabo con éxito corresponde al Ayuntamiento en pleno y, en particular, al pueblo donostiarra. Algo resulta evidente, no todos los políticos son iguales. Los hay educados y respetuosos con la voluntad popular y bocazas insolentes que cada vez que hablan eructan.