Bendecida por George Clooney y Steven Soderbergh, la guionista de origen iraní Massy Tadjedin debuta en la dirección sin convencer. “Sólo una noche” es un algo tedioso drama romántico que resulta mucho menos profundo de lo que aparenta ser, en la medida en que cuida más su elaboración formal que el desarrollo de un verdadero contenido. Quiere dar al tema de la infidelidad una trascendencia que, viendo la película, no la tiene en absoluto. Si se hace soportable en su ajustada hora y media es gracias al interesante montaje de Susan E. Morse, que consigue dilatar el tiempo más allá de donde la narración no llega por si misma, anclada en diálogos vacíos ya escuchados mil y una veces. También contribuye a crear una envolvente atmósfera indie la elegante música del inglés Clint Mansell, habitual compositor de Darren Aronofsky. Falla, en cambio, un reparto poco equilibrado, ya que el emparejamiento entre Keira Knightley y Guillaume Canet, director de “Pequeñas mentiras sin importancia”, da mucho más juego que el de Eva Mendes y Sam Worthington. 

El desequilibrio interpretativo hace que el personaje de Keira Knightley prevalezca sobre el de Sam Worthington, como si en el conflicto matrimonial que ambos mantienen la realizadora se decantara por el elemento de su mismo sexo. Está en todo su derecho, salvo porque su predilección particular se manifiesta en una línea de guión maniquea, al emplear trucos ventajistas, como cuando ella escribe al principio de la película una nota que leída por él, al final, le dejará en evidencia. Se le da demasiada importancia al hecho de que la infidelidad del marido sea sexual, mientras que la de la esposa no pasa de platónica. De haber estado ambos en igualdad de condiciones “Sólo una noche” se podría haber acercado más al romanticismo esencial de Richard Linklater y el díptico formado por “Antes del amanecer” y “Antes del anochecer”, pero no hay comparación posible a causa de un empeño en demostrar que ellos son más infieles por naturaleza.Ficha