Imanol Galfarsoro | Universidad de Leeds
Por un estado europeo en Euskal Herria
El problema del autodenominado no-nacionalista vasco-español es creerse dueño de las palabras más importantes del dominio ético-político, a la vez de arrogarse la autoridad estética sobre el valor de la cultura y el arte. Es por ello que el significado de palabras como democracia y libertad le pertenecen en exclusiva; que lo bueno y lo justo son exclusivamente de su incumbencia; es por ello que es dueño de lo bello, y por añadidura, lo cosmopolita y universal.
El problema de fondo, claro está, está en el punto de partida de su propia auto-definición en tanto en cuanto «no-nacionalista». Es como conmigo que soy a-teo, pero con peores consecuencias. Es decir: cuando «practico» el ateísmo, lo que hago en última instancia es escenificar mi desafío a Dios. Pero desde el momento en que elijo directamente entre teísmo y ateísmo, la elección misma se sitúa ya en el dominio divino de la fe. El ateísmo (o la decisión de no creer en la divinidad de Dios) da cuenta, de este modo, de una actitud un tanto circular, puesto que el verdadero «sin-Dios» no elige su «sin-Diosidad»; para él(la) la pregunta misma (¿Existe Dios?) es irrelevante y la cuestión divina queda excluida de antemano.
Y mutatis mutandis, al no-nacionalista vasco-español ¿no le ocurre lo mismo que a mí, pero en lo secular? Es decir ¿que cuando «predica» su no-nacionalismo, lo que hace en última instancia es escenificar su desafío a algo que no cuestiona en lo fundamental?
En realidad ese es el quid de la cuestión. El quid de la cuestión es que la contradicción principal en la situación vasca se estructura precisamente en torno a la cuestión nacional. It is the nation stupid! Y en este contexto, un problema añadido del no-nacionalista vasco-español es que además de ser no-nacionalista dice ser tan vasco como... tan vasco como ¿quién?... Mientras que por el contrario, lo que la izquierda independentista quiere articular socialmente es la posibilidad de dejar de ser (sujetos culturales) vascos (subordinados) para convertirnos en sujetos políticos de pleno derecho en Europa.
O dicho de otro modo: el objetivo es crear las condiciones de posibilidad que nos lleven de la subordinación de la diferencia cultural actual a la igualdad política propiamente dicha; es decir: a la creación tout court de un estado europeo en Euskal Herria. Lo cual también acarrea consigo ser tan ciudadanos del mundo como el que más, ¡oiga!
Ahora bien, aunque ya sabemos que para construir un estado europeo en Euskal Herria, abierto, democrático, cosmopolita... no tenemos necesidad de credenciales, sí que nos hace falta una visión de Europa más completa de la que utilizamos en general.
Hablando de Europa, Slavoj Zizek ya nos indicó cómo fue Hegel quien vio en el triángulo geográfico formado por Alemania, Francia e Inglaterra la expresión de tres actitudes existenciales diferentes: meticulosidad reflexiva, metafísica y conservadurismo alemanes; racionalismo y radicalismo revolucionario francés; liberalismo pragmático anglo-sajón. Según Zizek, estos son los tres estados-nacionales europeos de mayor influencia en la génesis de la modernidad y del capitalismo ahora global.
Pero volviendo a nuestro nivel local, el problema en relación a este triangulo es el siguiente; es que un cuasi-constante espíritu de resistencia intelectual nos ha llevado a la reafirmación de una actitud existencial europea en detrimento de las otras dos.
En resumidas cuentas, el problema es que el no-nacionalismo vasco-español ha conseguido estancarnos y desgastarnos en torno a una discusión política de una distinción intelectual inútil entre el «nacionalismo étnico-cultural» y el «patriotismo cívico»: por un lado nuestro supuesto proyecto totalizador y particularista -lengua-raza-historia-pueblo... (de corte romántico-autoritario, alemán)-; por otro, su tan cacareado universalismo moderno, democrático y de adhesión voluntaria -plebiscito diario, ciudadanía, individualidad etc... (de corte liberal-democrático, francés)-.
Como ha demostrado Joxe Azurmendi, tal división es tan intelectualmente fútil como políticamente perversa.
Por ejemplo: en su defensa de la diversidad cultural, el «romanticismo alemán» de Herder, Humboldt etc es humanista y universal; por otra parte, la razón en el «anti-esencialismo» de Renan es salvaguardar el hecho diferencial de la territorialidad francesa. Al mismo tiempo, la tradición cívica del patriotismo (constitucional) español... De Ortega y Gassett a Gorriarán... también se sustenta en presupuestos culturalistas volkish, autoritarios y racistas.
Entonces, cuando todo se mezcla, la verdad es que es difícil discernir la verdad. Aunque el problema en sí no sea saber de quién es la verdad (histórica) o la mentira (mítica) del relato nacional (y viceversa.) Es decir: El problema no es a quién pertenece la realidad; es más bien quién controla la fantasía; o la capacidad de articular el deseo y la utopía.
Y en esta discusión académica y política en torno a la cuestión nacional, el problema es que la necesidad de defender lo particular de nuestra «realidad» cultural y lingüística diferenciada nos ha llevado a descuidar la dimensión utópica, y más que nada, nos a llevado a no gozar lo suficiente, a no disfrutar de la «fantasía» política universal en la que la misma Europa se sustenta. Tanto es así que:
Uno: a pesar de la relevancia de principios fundacionales como la Liberté-Egalité-Fraternité, se ha menospreciado la validez del modelo político-revolucionario francés, que va más allá de la deportación en su nombre de pueblos enteros de Lapurdi. No olvidemos, por ejemplo, aquella insurrección de los esclavos de Haití que se llevó a cabo al son de la Marsellesa. Me imagino la mirada atónita de las tropas modernizadoras napoleónicas desplazadas a la isla caribeña ¿Pero no veníamos a liberar a estos esclavos de su propia incultura obscurantista?
Dos: no se ha prestado atención suficiente al pragmatismo anglo-sajón. Si bien es una buena noticia que los presupuestos utilitaristas de reformadores sociales ingleses como Jeremy Bentham se mencionen ya en este mismo periódico con cierta frecuencia. Aspirar al máximo de bienestar social para el máximo de gente es una «fantasía» fundamental. En la misma corriente de ideas, que todos ganemos en este nuevo tiempo político que se está abriendo en Euskal Herria también es un aspiración utópica, o una idea regulativa (esto ya es de Kant) digna de mención y repetición.
En resumidas cuentas, para aquellos con cierta inclinación por el escepticismo, entre los que me incluyo, hay campo para que las buenas noticias se sigan extendiendo.
Cierto, en términos de conocimiento crítico, una visión más integrada de las grandes tradiciones intelectuales y sociales europeas es necesaria. Pero al mismo tiempo se acabaron los tutelajes ético-políticos y estético-artísticos del no-nacionalismo vasco-español. La pelea está servida en torno a conceptos como «libertad», «paz» , «derechos humanos», «cultura cosmopolita» o «arte universal».
Cierto, la Inglaterra, Alemania y Francia modernas también fueron fuerzas coloniales monstruosas. Pero en términos geopolíticos, ya no hay nada que temer. En el contexto global se parecen cada vez menos a los imperios que fueron. Tan sólo Europa podría equipararse ahora con países como China, Estados Unidos, India o Rusia. Y en Europa ya no es que se parecen cada vez más a Italia, Eslovenia o Luxemburgo; es que más pronto que tarde, también se parecerán al nuevo estado europeo que se constituirá en Euskal Herria.
Esto no es una fantasía imposible. Va a ser una realidad.