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Desde la ruta

La multitud, los personajes y la actitud de los gendarmes

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Joseba ITURRIA

Los organizadores del Tour están encantados con las audiencias televisivas más altas de los últimos años. Casi ocho millones de franceses vieron el final del Galibier, con un 62,4% de cuota de pantalla y una audiencia media de 5,4 millones, récord desde el 22 de julio del 2004. Christian Prudhomme, hombre fuerte del Tour, destacaba que esa audiencia superaba la suma de la mejor de Roland Garros y del Gran Premio de Mónaco de Fórmula Uno. Y la media de las audiencias de la etapa de ayer probablemente sea todavía mejor.

No sólo en la tele, también en las dos grandes etapas alpinas la asistencia de aficionados a las carreteras ha sido masiva, pero cada vez hay más personajes que se acercan a los Alpes a tener su minuto de gloria en la tele y en lugar de estar atentos de estos elementos, que ayer tuvieron varios problemas con los corredores, el Tour y los gendarmes la toman con los verdaderos amantes del ciclismo y no vigilan a estos individuos.

Uno no entiende cubrir el Tour sin compaginar el trabajo con la práctica del ciclismo. Es como ser crítico gastronómico sin catar los mejores manjares. El Tour ofrece la posibilidad de descubrir con la bicicleta parajes maravillosos, pero este año especialmente las barreras se han multiplicado. De los cuatro finales en alto, sólo en Luz Ardiden se pudo subir el puerto sin problemas. En Plateau de Beille, a cuatro kilómetros de meta ya pedían a los ciclistas que terminaran el puerto a pie y, a partir de ahí, comenzaba el juego del gato y el ratón con los gendarmes. Cada vez que se superaba a uno, los ciclistas se volvían a montar en bicicleta hasta que el siguiente mandaba parar. Así cada 100 metros para llegar hasta la pancarta del último kilómetro, donde se cerraba el paso a los ciclistas sin poder llegar al alto, como tampoco se pudo ni atisbar la cima del Galibier en la etapa del jueves.

El paso se cerraba a los ciclistas en el col de Lautaret, a ocho de meta. Ayer al llegar al comienzo del puerto de Alpe d'Huez el gendarme encargado de cerrar la carretera decía que los ciclistas no iban a poder subir a partir de las diez de la mañana, cinco horas y media antes del paso de la caravana. Pero lo curioso es que permitían bajar y subir a vehículos que no estaban acreditados y se empeñaban en que los coches y los ciclistas que subían compartieran el mismo carril para dejar libre el de bajada, lo que obligaba a parar a todos. No había sitio en un carril.

Pero estos gendarmes luego permitían que muchos de los que acuden sin ninguna cultura ciclista camparan a sus anchas por la carretera, antes y durante la etapa. Muchos simplemente aprovechan su dimensión para montar su fiesta y así a siete de meta un grupo numeroso de holandeses bloqueaba la carretera y obligaba a todos a detenerse.

A falta de dos, al lado de un bar, la carretera se convertía en una terraza donde todos tomaban sus cervezas. Vuelta a parar. Muchos aficionados de todos los países conocidos, con muchos luxemburgueses y apenas una veintena de ikurriñas, saturaban la subida y la salvación sólo se encontraba cuando tras llegar a la altura de la meta se cogía el camino que sube hasta el lago de Bessons. En esos 4 kilómetros apenas había una veintena de personas con sus bicicletas o sus mochilas. Está claro que para disfrutar de la bicicleta en los puertos del Tour, es preferible hacerlo en los Pirineos.

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