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udate I crítica

Trenes negros

Iratxe FRESNEDA I Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

El tren negro llega a Gijón, cada año, desde hace ya dos décadas. Se suben a él escritores, dibujantes, outsiders y creadores a los que la realidad les ofrece motivos para imaginar, divagar y, a veces, poner sobre nuestras mesas y almohadas los «cadáveres» que vamos dejando como sociedad. La cita con la novela negra, en su más amplio sentido de la palabra, es una rara avis que merece la pena preservar de sus depredadores.

Su tren negro transporta el futuro de nuestros lectores, de nuestros escritores, es una ventana a la esperanza, nos hace pensar que la literatura sigue viva y en movimiento. Trenes que viajan con el mundo de los libros como pasajero... Mientras, sucesos dramáticos escriben las páginas negras de la historia. Sucesos desgraciados, que acaparan titulares, como esos que nos hablan de los cuerpos jóvenes sin vida flotando en el agua y que al mismo tiempo ubican en los mapas lugares como la isla de Utoya. Sin necesidad de palabras, en los márgenes de las grandes noticias, están las otras historias, las de las vidas anónimas y sin esperanza que, a duras penas, se cuelan en la actualidad informativa: Somalia agoniza, de hambre. La realidad es terrible, más que cualquier historia imaginada. Y la realidad mediática, es aún más cruel, nos amansa fácilmente con el olvido, porque es más veloz que nuestras reflexiones. Una idea, una historia, una tragedia, sustituye a otra inmediatamente. Quizá por eso, ante tan dolor anestesiado, necesitamos montarnos en trenes que viajan repletos de esperanzas. Y, en ocasiones, ese tren es la literatura, en ella hallamos consuelo y estimulo para no mandarlo todo al carajo, para no parar el tren y bajarnos.

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