ramadán en euskal herria
Ayunar no es lo más duro del mes de ramadán
En un país de mayoría musulmana, Ramadán es una fiesta que dura un mes. Aquí no, todavía no, aunque cada vez resulta más sencillo cumplir con este precepto del islam. Ayunar es difícil y se pone cuesta arriba sacarlo adelante si uno está solo, sin una comunidad que le respalde y le motive. Sobre todo en agosto, cuando el calor empuja a beber y los días se alargan.
Aritz INTXUSTA | Ana ABARIZKETA | Anartz BILBAO
Ramadán tiene aparejados unos sentimientos similares a la Navidad cristiana. En origen, se parece más a la Cuaresma, ya que es la conmemoración de dos experiencias análogas de Jesús y Mahoma. El Corán y el Nuevo Testamento describen las travesías por el desierto (de un mes o de cuarenta días) de ambos profetas, y quienes les siguen se imponen ciertas restricciones en recuerdo de ese sufrimiento. Entre nosotros, la Cuaresma, como rito religioso que incluía la abstinencia de comer carne, se sigue ya de forma muy minoritaria y sólo su principio (el carnaval) y su final (la Semana Santa y sus vacaciones) perviven entre la mayoría.
En el caso del mes de Ramadán, el ayuno diurno deriva en cenas con platos muy elaborados, pastas y dulces típicos... y la visita de familiares, vecinos y amigos. «Cuando estaba solo, pasaba de todo. Si no estás entre tu gente, lo abandonas poco a poco», explica Muhamad Ben Alí. Este inmigrante de origen marroquí -que vivió quince años en Italia antes de llegar al Estado español y, hace nueve, recalar en Euskal Herria- ha tenido una vida complicada y se la ha ganado como ha podido, no siempre de forma «legal». «Cuando me llamaba mi madre, claro que le mentía. ¿Qué le voy a decir? ¿Que no ayuno Ramadán? Igual le da un infarto. Bastante sufría cuando estaba en la cárcel», comenta. «Estar aquí en Ramadán jode el copón. Allá no, la gente quiere que llegue el mes, porque es una fiesta. Es cuando te ves con la gente, cuando estás con tu familia y cuando mejor se come. Tienes todo el día para decidir qué plato te apetece».
Es en lo culinario donde más se nota la diferencia entre los distintos países durante el mes sagrado de los musulmanes. Al organizarse grandes comidas familiares y al preparar, en la medida de lo posible, el capricho de cada uno, se vuelve a los guisos más típicos de cada etnia o país. Es un momento para volver a las raíces saboreando cuscús o la sopa de gallo típica de Bulgaria; para los paquistaníes, el plato estrella es el barzani (arroz con carne).
Comunidades que se consolidan
Ali Hamza, representante de la comunidad musulmana en Nafarroa, distingue entre solteros y casados. «A los que están solos, Ramadán les afecta mucho. Es realmente duro, pero pienso que cada vez es más fácil, las mezquitas crecen y la gente, con el tiempo, forma aquí su familia». Este argelino explica que, conforme se asientan las comunidades, todo se hace más llevadero. «Una familia invita a otra a cenar, y luego devuelven la visita. Empieza a funcionar como funciona allá», explica.
Por otro lado, en la mezquita de Iruñea se organizan grandes comidas (cenas, por la hora) con las que tratan de hacer más llevadero el mes para quienes están solos. «Sobre todo vienen los solteros. Se suelen juntar unos ochenta de unas nueve o diez nacionalidades: magrebíes, subsaharianos, pakistaníes, búlgaros...», repasa Hamza.
No obstante, cierta melancolía también cala en Hamza: «En casa nos apoyamos mucho en el Skype (un programa informático que permite videoconferencias). Conectamos en directo con nuestra familia allá y, a veces, incluso hablamos y quedamos de acuerdo para preparar los mismos platos. Casi parece que podemos tocarnos».
Una comunidad fuerte y cohesionada es el pilar fundamental para aguantar el ayuno. Rizwan Ali y Shahid Iqbal están felices de pasar este mes de Ramadán en Euskal Herria, porque aquí -destacan- no hace tanto calor como en Pakistán. La manera de llevar este ayuno «depende mucho del tiempo», indica Ali, de 24 años. Vive en Azkoitia hace ya un año y medio; su paisano Iqbal, de 33 años, llegó unos meses después. Explican que Ramadán les ayuda a «vivir mejor» porque, además del lado religioso, también es bueno para la salud. «Durante el año llenamos el estómago, y un mes de descanso viene bien», comenta Ali. Iqbal añade un significado más: «en Ramadán los musulmanes comen poco y le dan mucho a los pobres».
La comunidad paquistaní en Azkoitia es extensa. En un pueblo de algo más de 11.000 habitantes, unos 200 proceden de Pakistán. Y alrededor de 270 son de origen marroquí. Los musulmanes cuentan con una pequeña mezquita situada al lado del río. Siendo tantos, no hay espacio en la mezquita para todos y el Ayuntamiento les ha cedido un recinto en el polideportivo. En él se juntan durante este Ramadán en el quinto rezo de la jornada, de once a doce de la noche.
Iqbal y Ali aclaran que el ayuno se celebra de manera parecida en todos los países; «las leyes son iguales para todos», dicen. La única diferencia la podríamos encontrar en la comida. «Comemos muchos dátiles porque nuestro profeta dice que así consigues mucha energía y es bueno para el cuerpo», manifiesta Rizwan Ali. En lo que respecta al rezo, confirman que todos los musulmanes lo hacen en árabe, por lo que para poder entenderlo ellos se basan en la traducción al urdu, su lengua materna.
Respecto a compaginar ayuno y trabajo, aclaran que están felices de que este año haya tocado en época vacacional. En Pakistán la jornada laboral se reduce hasta cinco o seis horas, y así quedan libres hacia las doce del mediodía. «Los que son de otra religión (es el caso de hindúes y cristianos) también se ponen muy contentos porque también ellos salen antes de trabajar», añade Rizwan.
La obligación del Ramadán llega con la pubertad. Están exentos los ancianos, las embarazadas y, en general, aquellas personas a quienes los médicos recomiendan no ayunar. También se excluye a quienes, por su trabajo, se les hace excesivamente duro, ya que está prohibido que nada pase por la garganta; no sólo la comida, también la bebida y el humo del tabaco.
Quienes están exentos del ayuno tienen que comer a escondidas. Según explica Malik Ansar, un paquistaní que regenta un kebab en Gasteiz, «los que pueden comer durante el día, los enfermos y los mayores, deben ir a otro lugar a hacerlo, para no molestar a los que practiquen el ayuno». A Ansar no le molesta que alguien beba o fume delante de él, siempre que no sea un musulmán. «El ayuno lo llevamos bien, sin ningún problema. Lo único es el calor y que tenemos mucho trabajo. Cuanto más trabajas, más difícil es», asume. Él trabaja estos días a destajo, porque su establecimiento está cerca del corazón de las fiestas de Gasteiz. El restaurante, además de kebab, vende alcohol, al menos, en fiestas.
Al igual que en Iruñea, los musulmanes de Gasteiz que están solos comen en la mezquita, para que se les haga más llevadero. Ansar confiesa que añora más a su familia durante todo este mes, aunque la melancolía se templa con el tiempo. «Se nota mucho quién lleva años y quién acaba de llegar. Quienes llevan poco tiempo son los que más sufren», puntualiza.
Huseyin Krasimorov, búlgaro, afirma que en su tierra es más fácil, porque hay primos y parientes. «No es sólo el ayuno, también las buenas acciones. Dios te lo devolverá todo setenta veces. Está escrito». La represión comunista impidió que Krasimorov se llamara oficialmente Huseyin. «Vivir nuestra religión allá era muy duro», recuerda.
Mientras, la comunidad senegalesa ha arraigado con fuerza en Ondarroa, donde tienen su mezquita. Mamadu nos atiende en euskara y en castellano. Ha sido marinela y sabe qué es el ayuno en alta mar: «En el barco se vive igual que en tierra. Dios está en tu cabeza. Da igual lo que hagan los compañeros».
Puerta de entrada de la inmigración africana a Bizkaia, la calle San Francisco de Bilbo, repleta de fruterías y de kebab regentados por musulmanes, se transforma en los anocheceres de Ramadán. Allí ha montado una peluquería Fathi. «Más que en la familia, cuando el hambre aprieta me acuerdo de los pobres que no tienen para comer», afirma el peluquero.
El Ramadán terminará el día 29. Da paso al Eid al Fitr, que comienza con el ocaso del último día del mes santo. Eid al Fitr, junto con Eid al Adha (la fiesta del cordero), es uno de los dos días más importantes en el calendario de todos los que provienen de países musulmanes. Muchos cogerán un billete para volver a casa y celebrar el Eid al Fitr en familia; otros muchos no podrán hacerlo.
En Ramadán se espera a que caiga el Sol para poder comer o beber. Cuando desaparece el disco solar y el cielo se pone rojo, también cae la prohibición. Aún no es noche cerrada. Estos cálculos los miden ahora los astrónomos con precisión de minutos. En las mezquitas y en los distintos lugares de reunión suele colocarse una lista de la hora exacta día por día, que varía según la latitud de cada país. La prohibición regresa con las primeras luces, cuando aparecen dos rayas blancas en el horizonte momentos antes de que nazca el Sol.
Ramadán es el noveno mes del calendario musulmán y va variando de estación, ya que para la tradición islámica los años son más cortos -duran 354 días-, repartidos en seis meses de 29 días y otros seis de 30. En relación al calendario gregoriano, se adelanta once días cada año. Ramadán tiene 30 días y acaba siempre con el inicio del cuarto creciente de la Luna. A.I.