Raimundo Fitero
Apología televisiva
Por Celedón, su casa nueva y mi balcón, hoy voy a escribir a favor de la televisión. Del invento, y de alguna de esas balsas salvadoras que uno encuentra en el tsunami habitual de la programación consuetudinaria. Sin televisión algunos no seríamos casi nada. Con ella, tampoco somos mucho, pero al menos tenemos tema de conversación en las reuniones de antiguos compañeros de oficina, aula o taberna. Las estadísticas no nos dejan mentir. Ya mienten ellas por nosotros.
El común de los mortales se relaciona una media de tres horas largas con su electrodoméstico esencial, reciben de manera casi exclusiva toda la información por los diferentes noticiarios y sufre un acoso tremendo de opinión por sus altavoces. El resto, es emoción, sentimiento, alineación y consumo. Con nuestro mando a distancia formamos parte de una comunidad estrambótica, sin filiación ni contraseña, pero que nos uniformiza. Nos identificamos por gestos, lenguajes corporales espontáneos que nuestras neuronas espejo han ido aprendiendo de lo que emite la televisión. Es, por tanto, nuestro vínculo, lo que nos socializa.
Amemos a la tele, como a nosotros mismos. La mejor manera de superar una adicción es reconociéndola. Yo vivo de y por la tele. Y mi imaginario y mis objetivos los marca la tele. Lo que bebo, lo que visto, el coche que conduzco, todo es fruto de mi relación con la televisión. Hoy he comido una receta que vi por la tele. Ayer compré un champú mágico de la tele. Pero tengo un error en mi formateado. Lo que más me obnubila, me atrae y me atrapa, es la teletienda. En todas sus versiones. Da lo mismo lo que anuncien. Yo lo quiero. Me convence a la séptima repetición. Pero, lo confieso: nunca he comprado. No me atrevo. No me considero suficientemente maduro. ¿Qué se sentirá al llamar a ese teléfono siendo de los cincuenta primeros? ¿Qué sensación de conjunción planetaria sentirá el que recibe un juego de cuchillos con sus regalos y, sobre todo, su libro de funcionamiento? ¿Cuándo conseguiré dar ese paso importante para mi vida que me equipare a mis ídolos y amigos? De momento sirva esta glosa como arrepentimiento. Te quiero televisión. No me abandones.