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Mercenarios israelíes: así aprenden a matar dentro de una colonia ilegal

Sharon Gat lució el uniforme del Ejército israelí durante dos décadas. Ahora gestiona la empresa Caliber 3, un campo de entrenamiento para todo tipo de uniformados ubicado en la colonia ilegal de Efrat, a escasos kilómetros de Belén, en el corazón de la Cisjordania ocupada. Cada vez son más los ex soldados israelíes que convierten su experiencia represiva en un lucrativo negocio.

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Alberto PRADILLA

La primera regla impuesta para poder acceder al campo de entrenamiento de la empresa Caliber 3 es «no hablar de política». Sharon Gat, su responsable, lo deja claro por teléfono antes de permitir la visita. Este hombre con pinta de marine en traje de sport, pelo rapado, gafas de sherif texano y pistola al cinto tiene el mérito de haber convertido en negocio todo lo aprendido durante sus «más de dos décadas» en el Ejército israelí. Caliber 3 (se puede visitar su web en www.caliber3range.com) es ya una de las empresas punteras del Estado hebreo en entrenamiento militar, que viene a significar adiestramiento de mercenarios en una escala que va desde el guardia de seguridad que revisa los bolsos en los McDonalds de Ben Yehuda hasta los cuerpos de élite que custodian el aeropuerto de Ben Gurion, en Tel Aviv. También a policías o unidades de élite, aunque éstas vienen por mandato de sus superiores. Incluso, a uniformados procedentes de otros países, como soldados estadounidenses. La regla es bien clara: «no hablar de política». Aunque resulta difícil no discutir sobre el conflicto en un campo de tiro donde diariamente se entrenan decenas de uniformados israelíes y que, además, está ubicado en la colonia ilegal de Efrat, dentro de los territorios palestinos ocupados y a escasos kilómetros de la localidad de Belén.

«Esto no es Suecia, donde todos son rubios y blancos y es fácil determinar quién es el malo», asegura Gat, de edad indeterminada y que pasó buena parte de sus años con el uniforme del Tsahal (Ejército israelí) en los servicios secretos. «Todavía estoy en la reserva», asegura orgulloso nada más arrancar su furgoneta. Los galones en Israel son un elemento de exhibicionismo. Los tres años de servicio militar obligatorio (dos en el caso de las mujeres), se llegan a exigir para acceder a trabajos de baja cualificación. Aunque también es una excusa para apartar a los árabes, que no son llamados a filas.

Primera parada: plaza principal de Efrat. Tras saludar al soldado que custodia el acceso a la colonia, Gat se apea para que suban algunos de sus reclutas. El primer pelotón, un low profile de la seguridad, está compuesto por cuarentones que aspiran a ascender de rango en las subcontratas con las que el Ejército hebreo tapona el déficit que supone movilizar a miles de soldados para mantener la ocupación. José es uno de ellos. Judío nacido en Melilla, sirvió «en el glorioso Ejército del generalísimo Franco» antes de emigrar a Israel. Ahora vive con su mujer en una de las colonias ilegales que agujerean las colinas del sur de Cisjordania. Aunque ni siquiera quiere especificar cuál. «El gancho de la poligamia es lo que utiliza el Islam para captar adeptos», asegura, riéndose, José, que luce kippá y recita, orgulloso, lemas que conjugan la retórica antiárabe con el mesianismo ultrarreligioso. «Tengo amigos árabes, pero no hablamos de política. Dios nos eligió a nosotros, a los judíos, no a los chinos ni a nadie». Obviamente, José no pasará de segurata. Y aunque sus opiniones son preocupantes, probablemente sea más peligroso cuando ejerce como colono armado que cuando revisa bolsos en el centro comercial de Mamilla, en Jerusalén.

En el campo de tiro

Segunda parada: Tras un recorrido de alrededor de un kilómetro a través de un perímetro vallado que rodea la colonia, Sharon Gat se detiene ante el gran portón de metal que custodia el campo de tiro. También aquí hay reglas: «Tengo que comprobar todas las fotografías que se hagan. En este lugar existen elementos secretos que no se pueden mostrar». Tras el pequeño aparcamiento, una decena de jóvenes ensayan sus posiciones de tiros. Éstos ya no son como el pelotón low profile comandado por José el melillita, sino que está compuesto por personas que prácticamente acaban de terminar su servicio militar y aspiran a entrar en los cuerpos de élite de la Policía de Fronteras. Predominan las kippás de lana y la estética neohippy, símbolo de los colonos y los nacional-religiosos, el sector más extremista de la sociedad israelí. Por el momento, el grupo se dedica únicamente a apuntar. Pero no aprieta el gatillo. «El entrenamiento de tiro es por la tarde», explica Ran Soffer, socio de Gat y miembro en activo de una unidad de élite del Ejército israelí.

Tras la comida, llega el momento de la pólvora. Una joven, que no quiere dar su nombre, prueba su puntería contra blancos de cartón. Entre ellos se distinguen la imagen de una anciana asustada, un militante de las Brigadas Ezzedim El Qassam (brazo armado de Hamas) y un agricultor palestino ataviado con la tradicional kuffiya y hablando por el móvil. «Éstos son los chicos malos», señala otro de los alumnos. No queda claro hacia cuál de los últimos dos personajes apunta su dedo. Los alumnos de Sharon Gat y Ran Soffer se entrenan con todo el arsenal del que dispone el Ejército israelí, desdel rifle micro Taibot, con el que los oficiales hebreos quieren sustituir su ya tradicional M-16 de fabricación estadounidense hasta la Uzi o la pistola Ghalil. Todas ellas armas con denominación de origen de Tel Aviv y ensayadas durante las seis décadas de conflicto y ocupación de los territorios palestinos.

El menú que ofrece Caliber 3 es variado: mucho ejercicio, ensayos en técnicas de «detección de terroristas», prácticas de tiro con munición real (una de las ofertas estrella de la compañía y que atrae incluso a turistas extranjeros) y preparación en un arte marcial conocido como Krav Maga y que fue diseñado por los propios expertos del Ejército israelí. Cada alumno paga entre 8.000 y 9.000 dólares por un mes de prácticas. Durante todo este tiempo, los mercenarios no salen de la colonia de Efrat. Duermen en alguno de los barracones prefabricados que la empresa ha instalado en el acceso al campo de tiro o, si tienen suerte, en el hotel de Efrat, la colonia ilegal más cercana. Por el contrario, los miembros del Ejército, la Policía o miembros de cuerpos militares extranjeros pagan a parte. Son sus oficiales los que acuerdan el precio, aunque ésta suele ser la principal fuente de ingresos de empresas como Caliber 3.

«Seamos sinceros, éste es un trabajo de acción, no de pensar». Paradójicamente, un tipo como Gat, entrenado en los servicios de inteligencia, apuesta más por el músculo y el gatillo fácil. Aunque en su programa sí que se aportan algunas clases teóricas. Por la mañana, bien temprano, primera sesión de ejercicios. A lo largo del día, e intercalado con flexiones, abdominales y carreras bajo un sol abrasador, cuatro horas de prácticas de tiro, tanto simuladas como con fuego real. En el interior del perímetro de seguridad, Gat muestra otro de los entrenamientos base. Varios jóvenes simulan un tiroteo mientras se cubren tras las paredes simuladas de una estructura de metal. Parece que jugasen al paintball, pero esto es más serio.

El campo de tiro de Efrat es un microcosmos que refleja la deriva de la sociedad israelí. Cada vez más encerrados, cada vez más militarizados, los reclutas expresan sus opiniones sobre los palestinos sin ambages. «Es difícil convivir con los árabes. Causan disturbios y roban», asegura Ram, un judío mexicano de 25 años que llegó a Israel con 12 y que ya ha adoptado el discurso del mainstream sionista, abogando incluso por la segregación racial. «Para un palestino al que se le permite ir a la universidad, se inmola en el interior. Y si no les dejamos, nos acusan de racismo», asegura. Las armas y la represión, disfrazada de obsesión securócrata, han encontrado en el belicoso Israel el filón para un lucrativo negocio: enseñar a matar con la garantía que ofrece la experiencia de seis décadas de guerra.

«Combinamos los valores sionistas con la diversión de disparar»

«Combinamos los valores del sionismo con la diversión de disparar un arma». Éste es, a juicio de Sharon Gat, uno de los atractivos de Caliber 3, una de las «diez empresas punteras en entrenamiento militar», según asegura su fundador. A los cursos para mercenarios, policías y militares, la compañía añade programas específicos para turistas e incluso para familias. Como señalan en su página web, los uniformados ofrecen desde dos horas en las que se combinan tácticas represivas con 40 minutos de prácticas de tiro hasta una jornada familiar con paintball incluído.

El negocio de la seguridad, es decir, el entrenamiento militar basado en el aprendizaje obtenido durante seis décadas de guerra y ocupación, es uno de los más importantes del Estado de Israel. De hecho, existen más de 300 empresas dedicadas a este concepto, diversificadas tanto en el entrenamiento de mercenarios como en otros servicios entre los que se incluye la instalación de cámaras.

Los clientes no sólo proceden del Estado de Israel. De hecho, existen informes que hablan de adiestramiento a diferentes cuerpos de seguridad del Estado español como Policía española, Guardia Civil e incluso Ertzaintza. Aunque éste no es el caso de Caliber 3, gestores de otras empresas como David Mizda, de International Security Academy, sí que reconoce contar con uniformados procedentes del otro lado del Mediterráneo.

Quienes sí trabajan con Caliber 3 son diversos grupos de colonos (como los de la vecina Efrat), Policía y Ejército israelíes (la página web muestra la recomendación de uno de los oficiales que actúan en Gaza) e incluso los militares de Estados Unidos.

EFRAT

Caliber 3, empresa de entrenamiento militar, está ubicada en Efrat, una colonia sionista ilegal edificada junto a Belén, en el interior de Cisjordania.

9.000

dólares

Los particulares que se entrenan en las instalaciones de estos ex militares tienen que pagar 9.000 dólares por curso. Los oficiales acuerdan los precios.

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