Fede de los Ríos
Los Antonios, un dúo sin igual
Adecuar el insulto al momento requiere de cierto arte del que nuestro Basagoiti carece, pero no dudo de que a fuerza de tiempo y repetición, con su desenvoltura, algún día conseguirá casar, siquiera, alguna palabra con su significado
Uno quiere olvidarse del mundanal ruido a orillas del Mare Nostrum y la estupidez que procura la cotidianidad le impulsa al kiosco más cercano. Allí, en las portadas de los periódicos, titulares protagonizados por dos Antonios que resplandecen con luz propia: el cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos anuncia: «El problema de Europa no es la crisis, es olvidar a Dios» (¿problemas con la bebida?, pa cagarse vamos), y el segundo, el inefable maestro en oratoria Antonio Basagoiti, Dumb para sus amigos de infancia.
Hay quienes piensan que Basagoiti ha resultado ser un malandrín, amén de maleducado. Nada más lejos de la realidad, queridos y sufridos lectores. Con tan sólo prestar atención a sus, de aquella manera, hilvanadas palabras y después de un pequeño esfuerzo hermenéutico y decodificador, uno toma conciencia de que nos encontramos ante un perfecto badulaque. Lo intenta, lo intenta... pero la sinapsis neuronal del muchacho resulta un desastre. Al parecer sus dendritas no se llevan nada bien con los axones, ¡vamos, que no se hablan desde hace años! Fruto, quizás, de una educación en colegios de la Obra. Se ve que ni coloquios ni retiros espirituales van nada bien para la cosa del pensar y, a fuerza de repetir el cerebro se te atrofia.
Como los cilicios son práctica habitual entre los miembros de la secta, el lóbulo parietal sufre, al estar mal vistos los tacos y palabras malsonantes por el director espiritual, el lóbulo temporal debe reprimir el lenguaje y así éstos se acumulan en alguno de los pliegues del córtex.
Con el paso de los años, la facultad de razonar no adquiere grandes mejoras, pero el individuo gana en desinhibición y gusta de repetir conceptos como caca, culo, pedo, pis. Y todos los insultos e improperios acumulados durante la infancia y adolescencia brotan a borbotones. Razonar no razonas, pero gracias a la educación nacional-católica del Opus Dei, te vuelves el as del despropósito. Claro está que adecuar el insulto al momento requiere de cierto arte del que nuestro Basagoiti carece, pero no dudo de que a fuerza de tiempo y repetición, con su desenvoltura, algún día conseguirá casar, siquiera, alguna palabra con su significado.
Tú le das una máquina de escribir y toda la eternidad a un chimpancé un poco ducho en el manejo de la tecla e indefectiblemente acabará escribiendo el «Quijote» y todo el resto de los clásicos.
Que el macarrilla de rédito electoral de las llamadas víctimas del terrorismo se atreva a denominar «proxeneta de la Democracia» al Diputado General de Gipuzkoa es comprensible. Desconozco si el de verbo fácil entiende el concepto «proxeneta», de lo que estoy absolutamente seguro es de su ignorancia supina de lo que significa democracia que no vaya emparejada al adjetivo «orgánica». La de su añorado Caudillo. De casta le viene al galgo. Y no está mal, pues, como dicen en Castilla, el que a los suyos parece, honra merece. Y a los suyos no les fue nada mal con el Generalísimo de las Españas.