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Josu Iraeta Escritor

Trabajar es el verbo

Es cierto que «sólo» así no conseguiremos nuestros objetivos estratégicos, eso está claro, pero sí victorias parciales que nos deben permitir acumular fuerzas y apoyos que nos sitúen en condiciones mucho más favorables que las vividas hasta el presente. Hoy ese es el camino

Es obvio que vivimos bajo un régimen de dictadura de clase, de poder de clase que se impone mediante la violencia, incluso cuando los instrumentos de la misma son institucionales y constitucionales. Sin embargo, el poder político se ejerce también por mediación de un determinado número de instituciones que aparentemente no tienen nada en común con él, que aparecen como independientes, cuando en realidad no lo son. Y es que el poder político se infiltra mucho más profundamente de lo que muchos piensan.

El poder cuenta con centros y puntos de apoyo «invisibles» y poco conocidos, de forma que su verdadera solidez y resistencia se puede encontrar donde uno menos piensa. No basta decir que tras el gobierno, el aparato de estado, se encuentra la clase dominante, es necesario ubicar los puntos de actividad, es decir, los lugares y las formas bajo las cuales se ejerce esta dominación. Como ésta no es simplemente la expresión, -en términos políticos- de la explotación económica, sino que es su instrumento, si queremos eliminar la primera, sólo podemos hacerlo mediante el debilitamiento exhaustivo de la otra. No hay otro camino.

Es a partir de aquí donde intervienen los «agentes» en el sistema, actores necesarios sin los cuales la dominación política antes expuesta no tendría efecto y la consecuencia económica se vería seriamente debilitada. Aunque es cierto que no generan riqueza, no puede negarse que son maestros en la especulación y que, acostumbrados a la dificultad de la supervivencia, cuando acceden a gestionar poder, no resulta sencillo conseguir apartarles del mismo, ya que muestran la racionalidad suficiente para, manteniendo intactos sus proyectos e ideologías, conseguir «no ser» sin dejar de serlo, lo que les permite prosperar.

Y es que la honradez compite con muchas dificultades en la política vasca. Me estoy refiriendo a las formaciones políticas que con su actividad influyen en el espectro económico, social, cultural y político en el sur de Euskal Herria.

De todos ellos, uno de los más veteranos «agentes» es el PNV. Y digo al servicio del sistema porque, como en los últimos 30 años, ha mantenido una línea de actuación política que evita que en las instituciones que desde hace tanto tiempo gestiona se tomen decisiones que cuestionen la estrategia de estado del nacionalismo español. Esto no es nuevo, pues a lo largo de la historia, la naturaleza del conflicto en el que estamos inmersos, los diferentes protagonistas, han dependido y dependen de muchas circunstancias, pero hasta el día de hoy el resultado siempre ha sido el mismo: el surgimiento de una estructura estable del reparto del poder liderada por el PNV que concilia los intereses de una élite vasca con la política diseñada por el poder central español. Así es como tras treinta años de gestión institucional el PNV se ha convertido en un verdadero bergantín del poder. Aunque es cierto que en los últimos meses -o años- «anda mal de trapo», sigue manteniendo una estructura compacta, con la que controla y distribuye recursos, influencia y privilegios. No debería extrañar, pues, que mantenga duras y sordas luchas internas por los cargos y sus espacios de poder.

El PNV que hoy preside el Sr. Urkullu, en pleno ejercicio de sus labores de agente activo del sistema, ha sido -quizá sin pretenderlo- el artífice que está demostrando durante la tregua de ETA que la violencia que practica el Estado español no es de respuesta, es decir, que su violencia es permanente, estructural, y que la utiliza para imponer sus intereses estratégicos. Mantener a viento y marea, aquí y allí, tanto en Sabin Etxea como en Madrid, la cínica e interesada dualidad es propio de quien está acostumbrado a remar a favor de ola. Aunque mucho me temo que esta vez remar será muy duro, ya que andan escasos de agua y pueden quedar varados.

Es el presidente del PNV quien, actuando como delegado de la Moncloa, coacciona a la sociedad vasca anteponiendo paz a normalización. Pero debe tenerse en cuenta que el entramado es mucho más amplio, y que el Sr. Urkullu es uno más. Un hábil conspirador, pero nada más.

Por pura economía de esfuerzos y con la experiencia acumulada -incluso por los que hasta hace poco carecían de ella-, opino que trabajar en la línea de atraer hoy al PNV a una confluencia de intereses pudiera parecer factible, incluso necesario, vale, pero en mi opinión no es rentable. No creo que ése sea hoy el camino de la acumulación, ni siquiera de la normalización. Normalización que permita el concurso explícito y permanente de la izquierda abertzale en todos los ámbitos de la política, sin necesidad de previa selectividad.

También mantengo mi opinión ante lo correcto del camino emprendido, sabedor y consciente de sus limitaciones respecto a que carece de herramientas para la transformación necesaria. Es cierto que «sólo» así no conseguiremos nuestros objetivos estratégicos, eso está claro, pero sí victorias parciales que nos deben permitir acumular fuerzas y apoyos que nos sitúen en condiciones mucho más favorables que las vividas hasta el presente. Hoy ese es el camino.

Para lograr la necesaria transformación de la sociedad vasca hacia la autodeterminación y la independencia no es suficiente reconocer al enemigo, enfrentarse a él y exigir nuestros derechos. Hay que luchar, hay que trabajar, y mucho. Y ganar. Y eso requiere mucha inteligencia, pero también mimo, cariño y cuidado. No se logrará si esa transformación no se desarrolla gradualmente.

El enfrentamiento intelectual con quienes de pronto «surgen» como guardianes de la ortodoxia no debería preocupar, no son enemigos, sólo gustan de hacerse notar. Considero innecesario pretender neutralizar a nadie, ya que debería ser suficiente el contraste en el que aflora dónde han «fichado» hasta ahora y durante cuánto tiempo. Cuando llegue el momento estarán con nosotros.

No somos nuevos, venimos de lejos y, aunque dicen que somos responsables de mucho sufrimiento -y es verdad-, nadie ha sufrido ni sufre tanto como nosotros, sin olvidar que la génesis del sufrimiento radica en la negación de los derechos del pueblo vasco. Por eso podemos afirmar que cualquiera que en Euskal Herria haya sufrido la «necesidad» de comerse sus ideas para no tenerlas como único alimento, seguro que sabrá valorar el contenido de una democracia formal y sus consecuencias para los vascos en las ultimas tres décadas. Lo dicho, trabajar es el verbo.

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