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Legalizar la injusticia contagia los saqueos

El primer ministro británico, David Cameron, tras definir los graves disturbios y los saqueos ocurridos en diferentes ciudades como criminalidad «pura y simple» que retrata una «sociedad rota», está determinado a responder con la injusticia legalizada y los castigos colectivos. Expulsar a las familias de los detenidos de sus casas subsidiadas, condenar a cuatro años por colgar mensajes en las redes sociales, autorizar toques de queda por edades y barrios, miles de detenidos y cientos de juicios rápidos con sentencia ya escrita son medidas de una horrible lógica, pretendidamente ejemplarizantes pero que poco o nada tienen que ver con la justicia. Y que no harán sino aumentar el sentimiento de frustración y agravio que ha incubado el estallido de las revueltas.

Gran Bretaña es el segundo estado socialmente menos igualitario de Europa, con un gobierno donde se sientan muchos multimillonarios, embarcado en un desmantelamiento de los servicios sociales sin precedentes que bien puede considerarse como saqueo de bienes colectivos a cara descubierta; con legisladores que recientemente fueron descubiertos manipulando en masa sus hipotecas, las facturas para pagarse con dinero público brillantes asientos de inodoro o almohadas de seda, y con una prensa que, con apenas impedimento cuando no connivencia de la Policía, grababa ilegalmente a miles de ciudadanos para hacer negocio y ser políticamente relevante. Como la densa niebla que desciende sobre Londres, el remolino, el nihilismo del hacerse rico rápidamente, esa especie de «eres lo que compras», se ha apoderado de todo. Y pocos escapan a su «encanto», ni siquiera quienes saqueaban almacenes en busca preferentemente de ropa de marca.

Los disturbios no eran protestas políticamente organizadas, pero aquellos que saqueaban de noche sabían que quienes los gobiernan estaban cometiendo saqueos a plena luz del día. El saqueo es un fenómeno contagioso. Los recortes significan que millones de personas sean «cortadas» y consignadas en una subclase y en unos suburbios sellados y sin tubos de escape. Así las cosas, más que por una cuestión política, por pura y simple física, las protestas, organizadas o espontáneas, son predecibles.

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