En un país como éste, todavía descuartizado administrativamente, el periodo electoral es tempus continuum, porque prácticamente todos los días se pueden contar como si formaran parte de la resaca posterior al último recuento de las papeletas depositadas en las urnas o como si fueran restándose de los que faltan para llegar a la próxima cita. Ahora mismo, si nos circunscribimos a Hego Euskal Herria, hace poco más de tres meses desde que se llevaran a cabo las elecciones forales y municipales, y ya quedan menos de tres meses para que lleguen los comicios estatales.

Vamos, que podemos declamar, con razón, que el tiempo vuela utilizando otro latinajo: tempus fugit, porque apenas hemos asumido el tsunami del 22 de mayo cuando ya hemos entrado en un nuevo periodo de incertidumbres y esperanzas que, en lo que respecta al recuento de votos, se dilucidará el 20 de noviembre. Una fecha que hace aflorar tantos sentimientos a quienes ya peinamos canas -sean pocas o muchas- que en esta columna prefiero dejarla al margen. Tiempo habrá para reavivar algunas de las efemérides que acumula esa jornada en el calendario histórico de este país.

Lejos de resignarse a permanecer anclada en la rutina de este sempiterno trayecto electoral, la ciudadanía vasca ha marcado un nuevo rumbo. El rompehielos que ha construido una notable mayoría de la gente está avanzando con tesón. Y lo venía haciendo antes del 22-M, mucho antes, aunque los gélidos agoreros instalados en Madrid hubieran levantado una banquisa informativa con la que pretendían bloquear este proceso.

Pilotar esta nave es una tarea que hay que compartir. No se buscan pasajeros que paguen billete para financiar el periplo, como si se tratara de una excursión. Queda mucho trabajo por hacer, porque los nudos gordianos del conflicto se están aflojando pero pueden volver a cerrarse sobre sí mismos, y hay que seguir sumando fuerzas hasta romperlos definitivamente.

Aun cuando el tiempo electoral apremia, es necesario tomarse las cosas con calma. Avanzar de forma segura pero conscientes de que navegar entre dos aguas, como viene haciendo algún partido durante más de un siglo, no es lo más conveniente. Hay que poner los motores a tope con un rumbo fijo.