Primero fueron Vincenzo Nibali y sus guardaespaldas y un día después la montonera de Talavera. Los dos tuvieron más de aviso que de sentencia, más susto que disgusto, pero en cualquier caso era demasiado para un hombre como Joaquim Rodríguez, siempre incómodo en el papel de víctima. Así que ayer, aprovechando una llegada idónea para sus características, pasó de objeto a sujeto y soltó un aguijonazo que le permite apuntarse su segunda victoria de etapa, hacerse con el maillot rojo y rascar algunos segundos al resto de aspirantes a la victoria final en Madrid.

Aunque, como sucediera con la exhibición de los Liquigas camino de Córdoba, fuera una actuación más brillante que definitiva. Porque por mucho que la ventaja que obtuvo en línea de meta se uniera a los veinte segundos de bonificación, las distancias actuales en la general resultan casi insignificantes en comparación a las que pueden obtener los especialistas, de uno u otro signo, en los 47 kilómetros de contrarreloj o en las ascensiones a Manzaneda, La Farrapona, L'Angliru o, incluso hoy mismo, La Covatilla.

Antón, con los mejores

Pero todo eso está por llegar, y lo único cierto es que, tras la disputa de la octava etapa (177'3 kilómetros entre Talavera y San Lorenzo de El Escorial), Joaquim Rodríguez es el hombre más fuerte de una general que sigue limpiándose de polvo y paja.

El empinadísimo tramo final de la jornada hizo ayer que las primeras posiciones estuvieran casi monopolizadas por los candidatos a, como mínimo, ocupar el podio final. Apenas se dejó 9 segundos Michele Scarponi, otro de los salpicados por la montonera de la víspera; en la docena se quedó Jakob Fulgsang; 15 les cayeron a Roche o Menchov; y 20 a Haimar Zubeldia o Mikel Nieve.

Lo más llamativo fue, probablemente, ver por fin a Igor Antón con los mejores. El líder de Euskaltel sólo cedió 15 segundos en la meta y, aunque su desventaja en la general se va hasta los tres minutos y medio, la mejora de sus prestaciones invita a esperar con optimismo la segunda parte de la carrera.

Jürgen Van den Broeck, Janez Brajkovic y Bradley Wiggins también vuelven a reclamar su sitio entre las noticias positivas de la Vuelta. Los tres formaron parte de la interminable lista de afectados por las caídas en el pasado Tour -el primero se retiró con una fractura de omoplato, mientras el inglés y el esloveno se fracturaban la clavícula-, lo que puede tenerles más frescos, pero también ha reducido considerablemente sus días de preparación, lo que hacía augurar que lo pasasen peor en los primeros días de Vuelta para ir luego de menos a más.

Pues bien, ayer apenas se dejaron entre 15 y 20 segundos en meta, lo que les permite ocupar posiciones privilegiadas en la general. Sobre todo teniendo en cuenta que Brajkovic y Wiggins, los más alejados del Purito -a 1.30 y 1.43 respectivamente-, son consumados especialistas contra el crono. En terreno diferente intentará recuperar posiciones Vincenzo Nibali, el peor ayer entre los favoritos, al dejarse poco más de medio minuto.

Aunque el mayor damnificado de la jornada fue Sylvain Chavanel. El francés, que pretendía llegar de rojo hasta la contrarreloj, se mostró tan fuerte como para colarse en una multitudinaria fuga tempranera, pero la ascensión final se le atragantó y acabó cediendo más de un minuto. Y el liderato.

Puede ser porque para cuando llegaron a esas rampas del 27%, los corredores ya llevaban un tute considerable encima -además unos cuantos golpes, en el caso de los numerosos implicados en la caída de Talavera-. Y es que a un recorrido repleto de puertos y tachuelas hubo que unirle el movimiento, con continuas intentonas de fuga -incluyendo la de Amets Txurruka, infructuosa, en los últimos kilómetros-, de las que sólo una fraguó. Hasta que se lo permitió Katusha, claro. Hasta ocho minutos de renta llegaron a tener Matteo Montaguti, Heinrich Haussler, Adrián Palomares y Julien Fouchard. Insuficientes, porque la victoria se la jugaron los gallos, con ataque inicial de Scarponi y remate del Purito.

Llegada en alto

También la de hoy es una jornada para los primeros espadas, aunque sólo haya una dificultad a superar. Pero es que llega al final, con diez kilómetros de ascensión a La Covatilla.