El encargado de negociar con los talibanes muere en un atentado
Burhanuddin Rabbani, efímero presidente de Afganistán entre los años que mediaron entre la retirada soviética y la llegada al poder de los talibanes, murió ayer en su casa en un atentado perpetrado por un kamikaze que se presentó como emisario de la guerrilla. La muerte del encargado de negociar con los talibanes sorprendió al presidente afgano, Hamid Karzai, en Nueva York. Su anfitrión, el presidente Barack Obama, reconoció una «tragica pérdida».
GARA | KABUL
El ex presidente afgano, Burhanuddin Rabbani, encargado por el Gobierno títere de Kabul para negociar la paz con la resistencia talibán, murió ayer en un atentado suicida en su domicilio en Kabul.
Un responsable policial, Mohammad Zaher, aseguró que Rabbani dejó entrar en su casa a un hombre que se presentó como emisario de los talibanes que quería conversar con él, y que resultó ser un kamikaze que hizo explotar la bomba que escondía en su turbante.
«Es verdad. Ha muerto», señaló entre lágrimas un seguidor del ex presidente.
La mansión de Rabbani está situada en un barrio exclusivo de la capital que alberga numerosas embajadas y que fue objeto el miércoles pasado de un asalto talibán contra el cuartel general de la OTAN y la legación estadounidense que se saldó con una veintena de muertos.
Los talibanes, que ejecutan habitualmente a responsables gubernamentales afganos y los reivindican, guardaban silencio al cerrar esta edición.
Karzai, sorprendido en N.Y.
El presidente títere afgano, Hamid Karzai, quedó sobresaltado por la noticia de la muerte en atentado de Rabbani en plena visita a EEUU con motivo de la apertura hoy de la Asamblea General de la ONU.
Su portavoz en Kabul anunció que ha decidido acortar su visita, aunque fue recibido por el presidente estadounidense, Barack Obama.
Tras recibirlo en un hotel de Nueva York, el inquilino de la Casa Blanca calificó el atentado como una «trágica pérdida» aunque insistió en que «reforzará la determinación de EEUU de pacificar Afganistán».
Su principal aliado en la ocupación de Afganistán, Gran Bretaña, aseguró que la muerte de Rabbani no afectará a la «búsqueda de la paz y la reconciliación entre los afganos». El jefe de la diplomacia británica, William Hague, rindió homenaje al ex presidente muerto en atentado al destacar que «trabajó sin descanso por la paz y por un futuro seguro en Afganistán».
Pakistán condenó asimismo el atentado y lamentó la «pérdida de un amigo».
Codirigente de la lucha contra la ocupación soviética en los ochenta, Rabbani presidió Afganistán entre 1992 y 1996, entre la caida del Gobierno comunista y la llegada al poder de los talibanes. Sus cuatro años en el poder estuvieron marcados por una guerra civil entre los señortes de la guerra, entre ellos el comandante tayiko Ahmad Shah Massud, muerto en atentado reivindicado por Al Qaeda dos días antes del 11-S.
En octubre de 2010, Rabbani fue nombrado jefe del Alto Consejo para la Paz, una instancia creada por Karzai para establecer contactos con los talibanes. Estos últimos, que ganan terreno día a día, exigen como precondición la retirada de los 130.000 soldados que ocupan el país. Eso sí, han reconocido contactos para negociar cuestiones puntuales como intercambios de prisioneros.
Último jefe de Estado afgano reconocido por la ONU hasta la agresión militar estadounidense, Rabbani volvió a escena hace año y medio tras década y media de ostracismo político.
Elegido en 1992 tras la caída del régimen prosoviético, Rabbani nunca pudo ejercer realmente el poder y fue desalojado por los talibanes en 1996.
Perteneciente a la etnia minoritaria tayika, nunca contó con el apoyo de los mayoritarios pastunes. Pero fue igualmente eclipsado por los señores de la guerra, incluidos su ministro de Defensa, el también tayiko Ahmed Shah Massud, y por Ismail Khan, indiscutible líder de la minoría hazara del oeste del país (Herat).
Nacido en 1940 en la provincia nororiental de Badajsan, Rabbani dejó atrás las faldas de las montañas del Hindu Kush para iniciar una carrera académica en Kabul que le llevó luego a la prestigiosa Universidad al-Azhar de El Cairo. En los sesenta lideró un movimiento islamista y anticomunista. En 1971 tomó la dirección de Jamiat i-Islami, lo que le llevó al exilio. Esta formación lideró la yihad contra los soviéticos, lo que le valdría, tras su retirada, la presidencia. Pero su poder, en plena guerra civil entre los mujahidines, fue una quimera. Como lo fue su pretensión en diciembre de 2001, tras la retirada de los talibanes, de presentarse, como si no hubiera pasdo nada, como presidente. Los ocupantes le obligaron a renunciar. A cambio fue elegido diputado y su clan prosperó en los negocios. Hasta que en 2010 fue rescatado por Karzai para negociar con los talibanes. Una misión no ya arriesgada sino mortal. GARA