Nicolas Provost está considerado como uno de los más firmes y jóvenes talentos de la cinematografía europea gracias a su valentía a la hora de tratar las imágenes y la temática. En esta su visita dentro de la sección Zabaltegi, el autor belga da algunas muestras del porqué llama tanto su estilo pero, lamentablemente, no consigue convencer plenamente debido a que no ha sabido conjugar y equilibrar sus intenciones dentro de un conjunto excesivamente disperso. Tras una llamativa escena inicial que nos descubre una playa nudista a la que arriba un grupo de inmigrantes africanos completamente extenuados, el resto del metraje se convierte en una especie de viaje circular que no conduce a ningún lugar.

El cineasta tiende a llamar la atención del espectador mediante imágenes potentes -el primer plano inicial- y un cansino viaje por carretera deformado visualmente y que sirve de prólogo a las vivencias de un africano sin papeles cuyo carisma es desaprovechado por culpa de una tendencia al exceso. Por un lado resulta estimulante que alguien decida seguir indagando en la otra cara de la llamada sociedad del bienestar, mostrar las miserias de una ciudad como Bruselas. Pero, las intenciones de la película se centran en el extraño y obsesivo amor que el protagonista siente hacia una mujer blanca de clase alta que encontró en él un momento de fiereza sexual. En un segundo plano queda la crónica de los inmigrantes tratados como esclavos por alguien de su misma raza y una venganza difusa que el protagonista lleva a cabo contra éste.