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«Desayuno con diamantes»: besos y anhelos en el escaparate de Tiffany's

En plena celebración del cincuenta aniversario del estreno de la película «Desayuno con diamantes», redescubrimos los pasajes emocionales y físicos de una pareja atrapada en sus propias incertidumbres y miedos. Desde el otro lado de la pantalla, una joven llamada Holly Golightly vuelve a seducirnos con sus palabras: «Los días rojos son terribles y en esos momentos me viene bien ir a Tiffany´s, porque nada malo me puede ocurrir allí».

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Koldo LANDALUZE

Mientras Nueva York despierta, un taxi cruza una Quinta Avenida casi irreal, solitaria. Cuando el vehículo se detiene ante la joyería Tiffany´s, una mujer desciende de él luciendo un vestido de fiesta largo, guantes y gafas de sol. La mujer del vestido negro lleva en la mano una bolsa de papel de la que extrae un cruasán y un café. Acompañada por la música de Henry Mancini, Audrey Hepburn mira detenidamente los sueños transformados en quilates que le aportan el sosiego que requiere su desayuno. Mientras los títulos de crédito desfilan sobre la pantalla, el rostro de Holly Golightly queda reflejado en los escaparates de Tiffany´s y como telón de fondo para esta escena inicial, la ciudad dormida se despereza progresivamente.

«Desayuno con diamantes» entra de lleno en esa tipología de películas que perviven en la retina del recuerdo de muchos espectadores gracias, sobre todo, a la iconográfica presencia de su protagonista. La imagen de Audrey Hepburn siempre quedará ligada al excelente rol que compuso en esta película que antes de ser proyectada por primera vez el 5 de octubre de 1961, tuvo que afrontar varios contratiempos.

Basada en la novela corta del prestigioso escritor norteamericano Truman Capote -«Desayuno en Tiffany's» (1958)-, el argumento original nos descubre a una joven tejana de 20 años -Holiday («Holly») Golightly- que vive intensamente la vorágine festiva, nocturna y alevosa de Nueva York en compañía de hombres mayores que ella y acaudalados. Su rutina lúdica cambia por completo cuando se cruza en su camino un joven aspirante a escritor, quien vive mantenido por una mujer casada y millonaria que le supera en edad. Entre ambos se establece un vínculo afectivo delimitado por las barreras que ella siempre interpone. A lo largo de esta crónica urbanita topamos con los miedos que nos asaltan cada vez que debemos afrontar un riesgo, el caos que genera la gran ciudad y la obligada necesidad de mantenerse siempre a flote en mitad de esta vorágine de asfalto.

La trama de la novela se desarrolla entre el otoño de 1943 y el de 1944, y a lo largo de este intenso año asistimos a un carrusel de emociones, desencantos y anhelos pulidos a través de un lenguaje directo y no exento de ternura. Para componer a su personaje central, Capote se inspiró principalmente en dos amigas suyas, Marilyn Monroe y Carol Grace, y en cuanto vio a Hepburn en la pantalla no ocultó su malestar cuando comprobó que diversos pasajes de su novela concernientes a la personalidad de Holly fueron alterados considerablemente u olvidados por completo porque Hepburn se negó a aceptarlos. Uno de estos elementos fue la bisexualidad de Holly, el carácter eternamente festivo de la joven, algunos diálogos afilados -que fueron suprimidos para evitar la censura- y un final que, si bien mantiene cierta incertidumbre y tensión dramática, deriva hacia un epílogo feliz subrayado por un abrazo y un beso bajo la lluvia.

Capote quería a Marilyn

A Capote no le gustaba Audrey Hepburn, él siempre vio en su mente a Marilyn Monroe y mantuvo su intención de que el papel recayera en ella. Los productores de la Paramount no compartían la misma opinión y tentaron a Shirley McLaine, pero ésta rechazó el papel. Tras esta negativa, Kim Novak entró a escena y mostró su deseo de encarnar a Holly, pero su oferta fue rechazada.

Finalmente, fue la actriz británica Audrey Hepburn la candidata elegida para interpretar el complejo papel de la protagonista. Ocho años atrás, Hepburn había encandilado al público cuando paseó a lomos de una vespa y en compañía de Gregory Peck en «Vacaciones en Roma» (1953) y su aspecto, en apariencia delicado y sofisticado, le otorgaban un status muy diferente al de otras estrellas cinematográficas del momento. Su presencia era un tanto anacrónica en el firmamento de Hollywood. Con posterioridad a «Desayuno con diamantes», Hepburn todavía legaría para la posteridad secuencias tan mitificadas como las de «My Fair Lady» (1964) o tan inolvidables como las de «Dos en la carretera» (1967) o «Robin y Marian» (1976).

Tampoco George Peppard fue la primera opción para interpretar el rol protagonista. Antes de que su nombre apareciera en los títulos de crédito, en los despachos de la Paramount se tanteó la posibilidad de que fuera Steve McQueen el encargado de dar vida al escritor Paul Varjak, pero éste no pudo aceptar la oferta debido a sus compromisos con otras producciones. Para completar el reparto, se contrataron a intérpretes tan solventes como Patricia Neal y Martin Balsam y el toque «exótico» lo aportaron José Luis de Vilallonga -que se encarnó a sí mismo dando vida al bon vivant brasileño José da Silva Pereira- y un Mickey Rooney encargado de dar vida al eternamente enfadado vecino japonés Mr. Yunioshi.

Otra de las curiosidades que albergó la preproducción del filme fue la opción primera de que fuera el cineasta John Frankenheimer el encargado de colocarse detrás de la cámara. Frankenheimer, un autor proveniente de la magnífica cantera televisiva norteamericana, siempre ha sido un autor ligado sobre todo a los thrillers y en su filmografía -que incluye propuestas tan recordadas como «El mensajero del miedo» (1962) o «Ronin» (1998)-, se ha destacado su vigor narrativo y su pulso firme a la hora de rodar escenas de acción.

Hubiera resultado cuanto menos curioso comprobar cómo Frankenheimer hubiera aplicado su estilo dentro de una narrativa dramática en la que también ha legado para la posteridad propuestas como «El hombre de Alcatraz» (1962).

También Blake Edwards -el autor que fue elegido finalmente- y a pesar de estar estrechamente ligado al género de la comedia -«La pantera rosa» (1964), «El guateque» (1968)-, ha sabido transitar por los terrenos del drama gracias a filmes como «Días de vino y rosas» (1962) y prueba de ello son muchos de los pasajes que se desarrollan a lo largo de «Desayuno con diamantes», en los que predomina el fuerte desencanto que emana de los protagonistas en cuanto se encuentran a solas y a un palmo de distancia. Uno de los grandes aciertos de Edwards radicó en dotar de un estilo sofisticado cada una de las escenas en las que Hepburn entra. La presencia ya de por sí elegante de la actriz adquiere una dimensión muy especial en cuanto intuimos en su mirada y en sus palabras su errática existencia y su plena negativa a sentirse ligada a una sola persona. El guionista George Axelrod se empleó a fondo a la hora de perfilar unos diálogos que, sin ser tan explícitos como en la novela, ayudaban a comprender la complejidad del personaje principal.

Los diálogos

Atrapada por la cámara, la mirada de Hepburn dota de sentido palabras como «Somos un par de seres que no se pertenecen, un par de infelices sin nombre, porque soy como este gato, no pertenecemos a nadie. Nadie nos pertenece, ni siquiera el uno al otro». A un palmo de distancia, bajo la luz de Nueva York, dos personas dialogan. Ella dice: «¿Conoce usted los días rojos». Él responde: «¿Color rojo? Querrá decir color negro». Y ella sentencia: «No, se puede tener un día negro porque una se engorda o porque ha llovido demasiado, estás triste y nada más. Pero los días rojos son terribles, de repente se tiene miedo y no se sabe por qué». Pero el sentido de estas palabras, salpicadas por la mirada de Hepburn, no hubieran alcanzado la gran notoriedad que hoy en día todavía gozan de no haber sido por la inclusión de unos compases sonoros que logran uno de sus mejores momentos cuando el personaje encarnado por Peppard deja de teclear su máquina de escribir y, seducido por el sonido de una guitarra y una voz, se acerca a la ventana de su habitación y contempla a Hepburn cantando «Moon River».

Henry Mancini, compositor habitual de Blake Edwards, se encargó de la banda sonora y, con la ayuda del no menos célebre letrista Johnny Mercer, creó una canción acorde con las limitadas aptitudes vocales de Hepburn. Curiosamente, la célebre escena en la que Holly canta sentada en el alfeizar de su ventana estuvo a punto de ser suprimida y con ella la versión cantada del tema central. Cuando se estrenó la película, la banda sonora vendió millones de copias y fue galardonada con premios muy notables. A pesar de que el tono imperante de «Desayuno con diamantes» pueda guiarnos hacia los terrenos del drama romántico, Edwards aplicó un estilo divertido a la hora de mostrar la otra cara de esa frivolidad que atesora la alta burguesía neoyorquina, un ambiente en el que Truman Capote sabía desenvolverse a las mil maravillas porque pertenecía a él. A lo largo de la trama y, sobre todo, centrados en el rol de Holly Golightly, también topamos con el propio Capote, un escritor que acertó a plasmar sus propios miedos y traumas en forma de cóctel sofisticado de palabras y desencantos.

La aportación de Edwards fue definitiva a la hora de dosificar el drama y salpicar con medidas dosis de humor y elegancia una trama que en manos menos expertas hubiera derivado hacia la evidencia de la tragedia. Cincuenta años más tarde, mientras la ciudad duerme y bajo la lluvia, dos personas se reencuentran en un callejón y entre besos y abrazos consiguen dar sentido a sus vidas y emociones envueltas en el technicolor de esta noche neoyorquina.

Truman Capote y el cine

«Desayuno con diamantes» no fue el único coqueteo que el escritor Truman Capote mantuvo con el medio cinematográfico. Además de la película dirigida por Blake Edwards en 1961, caben ser destacadas filmes como «Estación Termini», dirigido por Vittorio de Sica en el año 1952, y en el que participó como dialoguista; «La burla del diablo» (John Huston, 1953) donde se encargó de adaptar la novela de James Helvick y, sobre todo, la obra maestra de Richard Brooks, «A sangre fría» (1967), en la que el propio Brooks se encargó de escribir el guión basado en la novela referencial de Capote.

La vida del propio Capote también ha inspirado dos biopics centrados en diversos episodios de su vida. El primero de ellos -«Truman Capote»- fue dirigido por Benneth Miller en el año 2005 y fue el versátil actor Philip Seymour Hoffman el encargado de encarnarlo. El segundo -«Historia de un crimen» (2006)-, corrió a cargo de Douglas McGrath. En este filme Toby Jones llevaba a cabo una mimética caracterización de Capote. K. L.

Ficha

Título original: «Breakfast at Tiffany's».

Dirección: Blake Edwards.

Guión: George Axelrod, sobre la novela de Truman Capote.

Música: Henry Mancini.

Intérpretes: Audrey Hepburn, George Peppard, Patricia Neal, Buddy Ebsen, Martin Balsam, John McGiver, Mickey Rooney, José Luis de Villalonga.

Duración: 115 m.

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