Análisis | Aniversario de la invasión
Del inicial paseo triunfal al «sálvese quien pueda»
El décimo aniversario de la invasión y ocupación de Afganistán deja un pésimo balance para las fuerzas de EEUU y sus aliados. El inicial paseo triunfal ha dado paso a una fotografía más compleja, y la victoria «oficial» anunciada por Washington se ha transformado en un «sálvese quien pueda».
Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)
Esta década de ocupación de Afganistán evidencia unas fuerzas extranjeras acosadas y atacadas en la mayor parte del territorio y prácticamente recluidas en sus bases militares; una resistencia heterogénea que controla importantes zonas del país; un régimen títere que no tiene jurisdicción real más allá de las cuatro paredes del palacio presidencial de Kabul; una corrupción que asola a todos los sectores de la sociedad; la ausencia de derechos o, en su defecto, una constante violación de los mismos; un boyante negocio en torno a la producción de opio; un pulso entre diferentes actores extranjeros para sacar tajada de la situación (sobre todo de las riquezas naturales y del negocio de la reconstrucción)...
Desde que se puso en marcha la ofensiva de primavera, los distintos grupos de la resistencia han incrementado sus ataques cuantitativa y cualitativamente. Este año se han producido un 40% más de ataques que en el mismo periodo del año anterior. Los grupos talibanes, bajo el liderazgo del mulá Omar y la «Shura de Quetta», Hezb-i-Islami de Gulbuddin Hekmatyar y la red de la familia Haqqani han acabado con la vida de importantes figuras ligadas al Gobierno de Karzai, además de atacar, en setiembre, el British Council, la sede de la OTAN y la embajada de EEUU, entre otras sedes oficiales.
Estas acciones han demostrado una capacidad operativa que ha «asustado» a los ocupantes y, sobre todo, ha suscitado grandes dudas, ya que para poder llevarlas a cabo sus responsables tienen que haber contado con ayuda desde el interior del sistema institucional afgano, poniendo en entredicho las labores de «reconstrucción» a las que repetidamente hacen referencia los gobiernos que impulsan la ocu- pación.
Mientras que nadie duda del creciente protagonismo de los talibanes y se constata la relativa pérdida de peso de Hekmatyar, la atención se centra en la llamada red Haqqani. Este grupo, formado en torno al legendario comandante Jalaluddin Haqqani y comandado en la actualidad por su hijo Sirajuddinn (considerado «el dirigente militar más peligroso» para los ocupantes), es el responsable de los ataques de los últimos meses que más repercusión mediática han tenido.
Con importantes e históricos lazos en las zonas tribales de Pakistán, esta organización ha venido reclutando militantes del Punjab para su grupo, al tiempo que ha conseguido tejer una importante política de alianzas a lo largo de todos estos años. Desde que en 2007 adquiriera el liderazgo, Sirajuddinn ha logrado coordinarse con todo un abanico de posibles aliados, desde los militantes «árabes» de Al-Qaeda hasta agentes de los servicios secretos paquistaníes (ISI), pero tampoco hay que olvidar que en el pasado la llamada red Haqqani contó con los favores de la CIA.
Hoy día algunos estrategas en Washington están buscando dotar de mayor protagonismo a este grupo con la esperanza de que se convierta en un rival del mulá Omar y debilite a la resistencia talibán. Craso error, porque pese a mantener algunas diferencias, la alianza entre ambos grupos de la resistencia sigue siendo firme, como lo es también la lealtad de Sirajuddinn hacia el líder talibán. Además, en este complejo panorama hay que tener presente también la interrelación y el protagonismo de los talibanes paquistaníes (Tehrik-e-Taliban Pakistan, TTP), dispuestos a colaborar con la resistencia afgana pese a contar con agenda propia.
El resto de actores ha ido resituándose al hilo de las acciones de la resistencia. El presiente afgano, Hamid Karzai, ha sufrido la pérdida de dos de sus aliados claves en sendos atentados. Primero fue su hermano Wali, que sustentaba las alianzas de Karzai con los grupos pashtunes. Posteriormente, se produjo la muerte de Burhanuddin Rabbani, arquitecto de los contactos negociadores con los talibanes afganos. De momento Karzai se apoya en sus dos vicepresidentes, Fahim, con influencia en el norte, y Karim Khalili, líder de la minoría chií hazara.
Consciente de que EEUU hace tiempo que le ha abandonado a su suerte, y de que Pakistán busca alternativas, Karzai ha maniobrado en torno a India, sabedor también que cualquier acercamiento a a esta potencia emergente (y de rebote a Irán) es un arriesgado movimiento que puede provocar reacciones violentas en Pakistán, con consecuencias desestabilizadoras para el conjunto de la región.
De momento, los dirigentes indios sopesan las consecuencias de cualquier paso a dar, sus intereses en Afganistán por un lado, pero también las reacciones negativas que eso podría conllevar.
Pakistán, por su parte, tras ser acusado públicamente por EEUU de estar detrás de los recientes ataques en Kabul sabe que su peso todavía es clave en la región, y que su alianza con Washington no parece correr serio peligro a pesar de esas acusaciones públicas (hace dos días la propia Hillary Clinton volvió a resaltar la alianza estratégica con Islamabad y reconocía las dificultades internas de ese país, dejando de lado un giro en sus relaciones).
Y los líderes estadounidenses, con Obama a la cabeza, están en clave electoral, y las presidenciales del año próximo condicionarán también el devenir de la ocupación en Afganistán.
Como señala un analista indio, «la estrategia de EEUU en Afganistán en esta década es un continuo fracaso. Washington intenta presentar como éxitos decisi- vos la muerte de Bin Laden y otros dirigentes de Al-Qaeda, justificando así la desaparición de esa amenaza y abriendo la puerta a una retirada».
Sin embargo, detrás se sigue apreciando «la presencia de Pakistán y de otras fuerzas islamistas y jihadistas», dispuestas a aprovechar cualquier coyuntura favorable para hacerse con el poder y la influencia en Afganistán. Y en ese teatro de operación desde EEUU se sigue apostando, pese a todo, por Islamabad como aliado central.