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Antonio Alvarez-Solís Periodista

2012

En su artículo de hoy, el veterano periodista realiza un ejercicio de prospectiva que se le antoja sencillo, a la luz de los «descarados datos» existentes. Augura para el próximo año violencia contra la represión de los poderes «agotados», concertaciones internacionales de los trabajadores, una respuesta contundente en la calle, la creación de otro modo de existencia «con una distinta valoración de la igualdad y la justicia»...

En un ejercicio relativamente sencillo de prospectiva, ejercicio sencillo dados los descarados datos existentes, tal vez la cuestión más interesante consista en prever el perfil social y político del año entrante ¿Qué pasará a la sociedad humana en ese año sobre el que, además, se han volcado, juntos, augures con sus fantasías, investigadores serios, analistas de toda índole y calidad? La sociedad burguesa ha dejado de constituir un paradigma y se encuentra en extinción. Se ha agotado el tramo final de doscientos cincuenta años en que consisten los periodos culturales y sociales correspondientes al último milenio, según el sugestivo libro del profesor Santiago Niño titulado «El crash del 2010». Esta consunción del periodo burgués, caracterizado sobre todo por la creación de clases medias, parece evidente. Según el profesor citado, «el sistema capitalista partía de tres principios que se consideraron inmutables: existencia de energía barata y en cantidad inagotable, disponibilidad de la cantidad de mano de obra que fuese conveniente en cada momento y libertad de acción de los propietarios del capital». Los tres principios se han demostrado muy frágiles en la actualidad. El carbón primero y el petróleo después andan hacia su agotamiento Por lo que hace a la energía nuclear, es cara y provocadora. El segundo dogma, la disponibilidad de mano de obra en cantidad suficiente, se ha tornado conflictivo y, además, contradictorio por la aparición del desempleo masivo en el primer mundo y tratarse de un trabajo, cuando se consigue, deteriorado, que no permite el consumo. En cuando al punto tercero, la libertad de acción de los propietarios del capital, está provocando una situación insurreccional. De esto último hay que hablar muy particularmente a las puertas el año que viene. Es decir, la cultura burgués-capitalista, reducida ya a su núcleo financiero, ha roto su quilla definitivamente por su reducción al dinero como única mercancía auténticamente válida. Entonces ¿qué tipo de cultura sustituirá a la liberal-burguesa agotada ya en una aguda concentración del poder que ha adquirido la impronta del fascismo en todas las expresiones de la vida colectiva?

Citemos ante todo, como dato de la crisis, la rebelión creciente de las masas. Violencia, que elimina la resignación anterior de los trabajadores, acuciados ahora, tanto en el primero como en el segundo mundo, por unas dramáticas carencias que niegan la pervivencia de una cacareada sociedad del bienestar. Esa rebelión ha prendido en la calle como pólvora y no es ya dominable por las armas y el poder policial, ni siquiera por los jueces y las agobiantes leyes que manejan. Las masas palpan la pérdida de sus costosas conquistas sociales frente a la burguesía y han decidido convertir la revolución en el único lenguaje utilizable ante unos poderes que se baten en retirada aunque con extrema violencia. La democracia burguesa es ya un puro remedo verbal de derechos muertos a estas alturas de la historia. Y las libertades constitucionales conforman un lenguaje cada vez menos hablado en los suburbios sociales crecientemente más numerosos y poblados. 2012 será el año de la necesaria violencia ante la represión que manejan inútilmente los poderes agotados. El año entrante será el de las grandes concertaciones internacionales de los trabajadores. Porque el paro no es a estas alturas una insuficiencia superable de la coyuntura sino un dato estructural que los profetas del sistema no aciertan ya a ocultar. Entre las últimas frases que desafían a los ciudadanos figura, por ejemplo, la que ha pronunciado, ya sin recato alguno, el gobernador del Banco de España, señor Fernández Ordóñez, que exige la «eliminación de todos los obstáculos para contratar empleo» por parte de las empresas. Añadiendo a la petición radical desregulatoria el añadido cínico y cruel de «que sin esos inconvenientes los empresarios podrían ofrecer un mayor número de empleos que fueran rentables para sus empresas y los trabajadores tendrían la opción de decidir si quieren aceptar o no». Unos pocos años antes el presidente americano Reagan decía a un grupo de dirigentes económicos que le mostraban su preocupación por la población creciente que dormía bajo los puentes o los túneles en Chicago que esos ciudadanos de los refugios de cartón demostraban la grandeza de la libertad americana, que permitía a cada cual elegir la vida que prefería. Descaro cínico, agresivo, cruel.

La situación que se abre ante el año 2012 apareja una respuesta incontenible por parte de la calle. No se trata ya de que se levanten los que fueron llamados desharrapados en otros tiempos, sino de una poderosa masa ciudadana movilizada por el drama cotidiano que supone vivir. En esa se alojan obreros transeúntes, fracasados empresarios, gentes expulsadas del colchón de la clase media. 

Por otra parte la libertad ya no cuenta con un leguaje único que haga posible un intercambio real de ideas. Las libertades que pregonan la calle y el poder son de sustancia genéticamente distinta. Son libertades para el enfrentamiento. La libertad que convoca a las masas no es interna, sino que es una libertad «frente» a la opresión generada desde los reductos cada vez más encovados de los poderes políticos, militares, financieros y religiosos. La libertad que reúne a la calle ha recobrado su ambición revolucionaria y no le valen las herramientas electorales o judiciales que tienen en su mano las instituciones que vienen del pasado. La Razón tiene ya otras razones. Ha dejado de ser ontológica para convertirse en existencial.

2012 se presenta como un turbión que provocará muchas destrucciones para abrir paso a la creación de otro modo de existencia, con una distinta valoración de la igualdad y la justicia. Ante este escenario cabe preguntarse qué será de los encastrados partidos políticos en que se ha venido hibernando a las masas. La creciente abstención en muchas de las elecciones celebradas últimamente por el Sistema desvela ya la inutilidad de esas instituciones políticas, convertidas en aparatos que se autogeneran al margen de las verdaderas preocupaciones y esperanzas de las masas. Las masas tienden a constituirse como poder. Los partidos operan en razzia permanente sobre unas poblaciones que ya no confían en ellos aunque a parte de esas poblaciones les cueste mucho aún reconocerse en disidencia radical frente al poder partidario. La calle precisa vanguardias de su propia naturaleza. Creo que el 2012 alumbrará ya las primeras reagrupaciones ciudadanas con un grito que recuerda cosas de un pasado que necesita depurarse y ser aprovechado: «¡Ciudadanos de todo el mundo, uníos!». Unidos para crear poder, para lograr la auténtica libertad desde la base, para poner en pie una democracia real por próxima mediante la destrucción de los estados, para recuperar la sustancia nacional, que no habla de globalizaciones, sino de entendimientos.

El año 2012 creo que se caracterizará por los vientos liberados en la calle y por la calle. Cada nación, tenga estado o esté sometida a un estado ajeno, habrá de labrar con riesgo, pero con esperanza, su vida libre. Habrá que crear una sociedad para la vida sensata y no para el enriquecimiento, una economía para generar la moderada existencia y no para alimentar el embudo financiero de la minoría, una política permanentemente crítica desde cien tribunas, un horizonte dominado por la ciudadanía y no por los clanes que han convertido la sociedad en una reserva. Brotará una cultura y una información que afiance las bases... Todo esto ¿es utopía? ¿Y acaso no pareció utopía en su tiempo la democracia vendida como un crecepelo popular por los poderosos y que ha llegado a una realidad siniestra? 2012, el año que se citará en el futuro como de amanecer.

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