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CRÍTICA teatro

Mujer en ebullición

Carlos GIL

Una mujer capaz de hacerse una mascarilla con diversos productos naturales, entre ellos un pececito vivo, que pone tres batidoras a la vez para hacerse litros de jugos, que prepara dos cafeteras simultáneamente, es una mujer en ebullición, dispuesta a desprenderse de parte de sus caretas, de confesarse, o simplemente verter sobre los espectadores algunas de sus vivencias, de su interpretación del mundo, de sus relaciones con los hombres, la familia, las amigas o la  peluquera.
 
Ella es Lulú, pero esa Lulú que vemos es la interpretación de una soberana actriz Viviana Souza Compagnoni, que nos conduce con su energía, su inconmensurable capacidad de seducción, su simpatía y empatía para contarnos las más inverosímiles situaciones, los desgarros humanos más terribles, en una clave que va desde la desfachatez total a la sublime meticulosidad de un gesto sutil, determinante. Y en medio de las tormentas, de los desequilibrios, una mirada de la actriz, un guiño, un humor que atraviesa el texto, la situación dramática, la puesta en escena y se metaboliza en la actuación, para que se puedan soportar algunas de sus soledades, de sus denuncias sobre la sociedad que la ha convertido en ese ser tan reconocible, pero tan neurotizado.
 
La actriz se mueve en un espacio neutro, rodeada de espectadores, pero practica una suerte de parodia del teatro aparentemente más novedoso, con la utilización de esos materiales orgánicos como expresión escénica, en una puesta en escena tan nítida, tan orgullosa de desentrañar el texto y colaborar al viaje hacia la gloria de la actriz y su personaje que conmueve. Uno de esos trabajos que, desde su sencillez, nos demuestra que la lucidez es un estado del creador que alumbra al espectador.
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