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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Algunos no cambian, lo llevan en los genes

Después del comunicado de ETA, servidora pensaba, en su ingenuidad, que algunos columnistas asumirían el ridículo que han estado haciendo durante demasiado tiempo -hace apenas unos días habíamos leído que la organización armada estaba haciendo acopio de material para fabricar bombas- y empezarían a actuar con un poco más de mesura. Craso error. Lo llevan en los genes. Uno de quienes insiste en matener su ardor guerrero es Carlos Cuesta, quien en su «Escopeta Nacional» -se las trae el nombre- de «El Mundo» sostenía ayer que el histórico anuncio de ETA «se trata de la bomba al final de una mecha que ya se ha prendido». Y se explicaba, es un decir: «Una bomba llamada independencia y que, en caso de no cortarse esa mecha, estallará imponiendo en medio del terror lo que nunca han dictado las urnas». O sea, que la independencia, aspiración de una buena parte de la sociedad vasca, es para este personaje una «bomba», cuya mecha hay que cortar. ¿A qué se refiere con esto? Porque de esta gente se puede esperar cualquier cosa. Lo que realmente aterroriza a Cuesta es «aceptar la presencia de Sortu o Amaiur y asumir la legitimidad de su previsible triunfo electoral en las autonómicas vascas y de su entrada en el Congreso, enaltecidas por su triunfo sobre la Justicia y alentadas por el voto del miedo en el entorno rural vasco. Porque, con el control local, autonómico, la presencia en el Congreso y el respaldo internacional, los proetarras plantearían la independencia». Vamos, el acabose. Lo del «voto del miedo» es más viejo que la tos. Y ya no se lo creen ni ellos.

Otro que anda que trina es Federico Jiménez Losantos, quien también en el diario de Pedro J. cargaba incluso contra el presidente del PP por su respuesta al comunicado. Lean lo que decía: «El pacto de PSOE y PP con ETA o del PSOE con ETA y el PP, que tanto da, es el caso de traición a España más desvergonzado desde las abdicaciones de Bayona, cuando Carlos IV y Fernando VII compi- tieron arrastrándose ante Napoleón». Cuando la derechona habla de traiciones y demás zarandajas a una le recorre un escalofrío por todo el cuerpo. Lo que les preocupa es que se les acaba el monotema con el que alguno se ha hecho de oro.

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