Mikel INSAUSTI

Interesante aportación de los debutantes Jean-Loup Felicioli y Alain Gagnol al cine de animación infantil, al ofrecer una obra mucho más creativa y artística de lo que se acostumbra dentro de la producción pensada para el consumo familiar, sin dejar de ser básicamente entretenida. “Une vie de chat” nunca pierde la perspectiva de la aventura, de tal suerte que las intrigas que presenta vienen a ser una recreación a escala reducida de los patrones genéricos del cine negro. La diferencia está en el protagonismo de una niña llamada Zoé, que se convierte en heroína del relato superando el trauma que la ha dejado muda. Para recuperar el habla deberá asociarse con un ladrón y acabar con el reinado en las sombras del mafioso Víctor Costa, causante de su desgracia familiar. El hilo conductor entre todos estos personajes y los contrastados ambientes diurno y nocturno en que se mueven no es otro que Dino, el gato del título. Los tejados de París no tienen secretos para esta mascota, que servirá de guía en las muchas persecuciones que se suceden en la hora pasada que dura la película.

El estilo visual de “Une vie de chat” es muy pictórico, con fondos coloristas inspirados en Matisse, interiores que parecen salidos de un cuadro abstracto de Picasso, o figuras alargadas como en los inconfundibles retratos de Modigliani. El único problema con este tipo de rostros es que quedan muy estáticos, sin apenas movimiento en la boca o en los labios cuando llegan los diálogos. No obstante, Felicioli y Gagnol buscan soluciones inventivas, como en la divertida secuencia a oscuras, mostrando la imagen a la manera de un negativo o una pizarra de escuela, con los personajes enmarcados por finas líneas blancas sobre el negro que inunda el plano. También se atreven a dar una perspectiva insólita de los lugares emblemáticos de París, especialmente de la catedral de Notre-Dame, de la que muestran sus detalles arquitectónicos más góticos, sin que falten las terroríficas gárgolas y quimeras de piedra.