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Italia también tiene que hacer autocrítica

Era noche cerrada en Roma cuando Silvio Berlusconi hacía oficial su dimisión el sábado, en una decisión que fue acogida con alborozo por las miles de personas que aguardaban en las calles de la capital italiana. Probablemente, hace apenas unas semanas el empresario reconvertido a político no esperaba cerrar así su etapa al frente del Gobierno, ni que una mayoría abrumadora de sus conciudadanos se felicitara por su despedida. Pero lo cierto es que estos días no es fácil encontrar a nadie que defienda la gestión de un mandatario que ha agotado la paciencia incluso de sus aliados, los mismos que le auparon al poder.

Berlusconi dijo ayer que se siente orgulloso de todo lo que ha hecho, y anunció que seguirá en política, pero las críticas a su gestión son generalizadas. Sin embargo, la misma sociedad que ahora no ahorra en descalificaciones contra su ex primer ministro debería hacer también un ejercicio de autocrítica, porque tiene buena parte de responsabilidad en la situación en la que hoy se encuentra ese país. Y es que no se debe olvidar que el cambio de Gobierno se ha producido a causa de presiones exteriores, por la falta de crédito de los mercados a un gabinete en el que ya no confiaban, y no de la mano de los ciudadanos y ciudadanas de Italia. Al contrario, a pesar de los escándalos que han acompañado a Berlusconi en toda su trayectoria, y de que en buena parte del cuerpo social el hastío era patente, el milanés ha gobernado en nueve de los últimos diecisiete años y ha estado al frente del país más tiempo que ningún otro político desde la Segunda Guerra Mundial. Sólo una situación económica insostenible y la presión exterior han logrado echarlo, lo que debería ser motivo de reflexión para toda Italia.

Esa reflexión debería ser profunda entre las fuerzas de izquierda, porque Berlusconi se marcha pero el escenario dista mucho de ser el que desearían. El mando lo asumirá ahora el senador vitalicio Mario Monti, cuyo cometido será aplicar las recetas impuestas por la UE y el FMI. La izquierda italiana debe trabajar para ser una alternativa que todavía no acaba de emerger.

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