Si lo de Anoeta es una encuesta tangencial, o las encuestas de los institutos demoscópicos son apaños residuales realizados para complacer a la parte contratante, no lo sabremos hasta que el Gran Ordenador escrute las papeletas dentro de una semana. Mientras tanto las encuestas publicadas se convierten en elementos para la distracción; son armas electorales de efectos insondables. Pero a nadie que esté mínimamente interesado en estos asuntos de la política partidista le debe dejar tranquilo lo que puede suceder el 20-N, porque un PP tan escorado a la extrema derecha con mayoría absoluta puede ser un desastre de incalculables dimensiones, en lo político, lo social, las libertades y las esperanzas generales de emancipación de los pueblos y las personas.

Los debates televisados han sido desastrosos en cuanto a contenidos, que se han reflejado en unas puestas en escena arcaicas para que los prehistóricos candidatos no desentonen con sus ternos y camisas de anticuario. Aquí se ha ejercido un equilibrio entre forma y fondo para que uno se encuentre viendo una entrega de tele-nostalgia. Está claro que no existe noción política a base de ideas, sino lenguaje tecnocrático envuelto en anodinas consignas viejas expresadas en ciento cuarenta caracteres de los que sobran ciento diez. La televisión convencional está funcionando con clichés políticos de hace una década. Los candidatos se amoldan a esa inane actividad porque lo único que buscan es prorrogar su estancia en un escaño para no tener que volver a su realidad profesional anterior, tan poco propicia a los grandes ideales.

Y si los resultados de la encuesta final no se compadece con las encuestas de campaña, siempre nos queda la intervención del señor Mercado, para hacer lo que han hecho en Gracia e Italia. Por cierto, la toma de posesión del nuevo presidente griego fue una de las imágenes más inquietantes de la última etapa de esta des-democratización europea, con tantos popes, tantos crucifijos, tanta cristiandad bendiciendo que asusta. El señor Mercado va a comulgar todos los días, con los ortodoxos, los protestantes o los católicos, pero con influencia directa de su dios. El dinero.